Era un regalo para mí la oportunidad de perseguir el viento con energía y determinación cada mañana.
Sentía los
pedales como si fueran una parte más de mi cuerpo. Salir en bicicleta era lo
único que me llenaba en aquellos momentos tan miserables. Después de casi diez
años trabajando, me habían despedido sin ningún tipo de contemplación. Tenía
veintiocho años y sólo había estado en esa asesoría desde que terminé la
universidad. Supongo que no sabía hacer otra cosa.
―Hola, cariño. Qué pronto has vuelto.
Ella era mi
novia, Laura. Vivíamos juntos desde hacía unos tres o cuatro años. Siempre tan
agradable y alegre que me entristecía no poder darle estabilidad económica. Decía
que no importaba, que ya encontraría algo. Mientras tanto, ella se dedicaba a
la enseñanza de niños y con eso íbamos tirando.
Cuando llegué
de mi salida, la besé profundamente, acariciando su pelo largo y castaño, y
agarrando su cuerpo atlético con firmeza. Ella se sorprendió un poco, pero no
puso ninguna objeción.
―Anda, ve y dúchate. Me voy ya al colegio ―Se
despidió, no sin antes decirme―: No sé cómo viviría sin tus ojos verdes y tu
increíble sonrisa, Pedro. ―Abrió la puerta, y estando a punto de cruzarla, se
giró para mirarme y morderse los labios con sensualidad.
Al final, se fue y yo me quedé embobado con
la imagen de su figura en mi mente. No me explicaba la suerte que tenía de
compartir la vida con una mujer así. Por si fuera poco, yo no podía darle un
salario decente. Aquello me enfurecía tanto que no atendía a razones.
Cuando ya me había duchado y relajado, me
ponía un rato frente al ordenador para presentar solicitudes formales de
empleo. Sin embargo, no conseguía estar sentado mucho tiempo seguido, por lo
que no tardaba en salir a la calle con cartas de presentación en la mano a
patearme la ciudad en busca de un trabajo soñado.
Fue en uno de esos largos paseos sin descanso
cuando la suerte me llamó por mi teléfono móvil.
―Disculpe, ¿este es el teléfono de Pedro?
―¡Sí! Soy yo. Dígame.
Al otro lado sonaba una voz femenina y dulce
que me prometía lo que estaba deseando:
―Tenemos un trabajo para usted.
Le pregunté, lo primero de todo, si podía
concertar una entrevista con ellos, pero la chica me dijo que no hacía falta. Que lo único es que tenía que
realizar una pequeña prueba y superarla. Me comentó la dirección en la que
tenía que estar y la fecha indicada, lo cual apunté con rapidez en un papel que
tenía a mano.
Estaba contento. Cuando se lo conté a Laura
también se alegró mucho. Sin embargo, me parecía algo extraño. ¿Una prueba?
¿Sin entrevista? ¿Qué clase de trabajo era? No quise pensar un segundo más.
Mientras llegaba el día, intentaba
tranquilizarme y ganar confianza intentando prever cualquier tipo de situación.
La prueba probablemente mediría mis capacidades como profesional y mi actitud,
por lo que me tomé en serio la preparación. Si era un puesto para liderar,
estaba listo. Si era algo más técnico, también. De verdad necesitaba ese
trabajo.
Llegó el día y me sentía muy capacitado para
sobrepasar cualquier test, obstáculo o problema que me pidieran solucionar. Me
comía el mundo. Era como cuando iba en bici. De camino al sitio indicado me
venían esas sensaciones de libertad que sólo salían haciendo ese deporte. Mi
espíritu se superaba a cada paso que daba. Cuanto más cerca, más ganas tenía que
llegara el momento.
Sin embargo, algo no salió como esperaba. Mi
predicción era que me meterían en una oficina a hacer cualquier tipo de prueba
psicológica o de las habilidades que podían requerir de mí. Incluso estaba
dispuesto a competir con otros candidatos. Pero el lugar no era una oficina. No
era nada. No había nadie.
Esperé. Había llegado cinco minutos antes y
lo correcto, desde mi punto de vista, era aguantar hasta después de un rato de
la hora acordada. Así que eso hice. Esas esperas eran las que me ponían
enfermo. Los nervios iban creciendo cada minuto en el que no aparecía ninguna
persona, aunque no había ciertamente motivos para ello. Lo peor que podía pasar
es que me largara de allí y que me hubieran tomado el pelo. Intenté descartar
ese pensamiento.
―¿Pedro?
―¿Sí?
Me giré y vi un chico bajito, escuálido y con
la cara redonda. Vestía un chándal y una sudadera con capucha. Me tendió una
bolsa de papel marrón que contenía algo que no se podía ver desde el exterior.
Estaba cerrada y sellada.
―Toma. Tienes que llevar esto a esta
dirección ―dijo, dándome con la otra mano, un papel con una ubicación escrita.
―¿Cómo? ¿De qué hablas?
―Es tu prueba.
Dudé. Todo aquello me parecía irreal y
desconcertante.
―¡Cógela! ―gritó el individuo―. ¡Ah! ¡No
mires lo que hay dentro! ¡Por tu bien!
No me quedó más remedio que hacer lo que me
ordenaba. Cuando cogí la bolsa el muchacho se dio la vuelta y echó a caminar.
Yo observé cómo se alejaba, atónito porque no terminaba de entender la prueba.
Me subí al coche con la susodicha bolsa y la
dejé en el asiento del copiloto. Tenía que abrirla, saber qué contenía y por
qué querían desplazar su interior. Decidí conducir a casa y averiguarlo de una
vez por todas.
Cuando llegué, el corazón me latía fuerte y
contundente. Ciertas gotas de sudor brillaban sobre mi frente. Rápidamente,
eché la bolsa en una mesa y cogí unas tijeras de cocina para cortar el sello
que me impedía acceder al contenido. Lo cierto es que me costó vencer el
sistema de cierre. Las tijeras no cortaban lo suficiente. Los cuchillos no
valían. Con desesperación, intenté cogerlo con mis propias manos e intentar
romperla como si me fuera la vida en ello. Se abrió de golpe y el interior cayó
en toda la mesa de la cocina, impregnándola.
Cocaína.
Mis ojos no daban crédito. ¡Había metido
droga en mi casa! Tenía que deshacerme de ella lo más pronto posible. Las manos
me temblaban como nunca antes. Aun así, recogí con cautela todo aquel polvo
blanco y lo volví a meter en la dichosa bolsa. En ese mismo momento, el móvil
me sonó y salté del susto. No estaba para muchos trotes. Me estremecí mucho más
cuando observé que la llamada era del número que me había dado la oportunidad
de hacer la prueba. Contesté. Era la misma voz femenina y dulce de la anterior
llamada.
―¿Señor? Mi jefe necesita que lleve el
paquete a la ubicación que le hemos proporcionado lo antes posible. Si lo hace,
él será tan amable de ofrecerle un trabajo en nuestra empresa y…
―¡No pienso transportar droga para vosotros!
―la interrumpí y colgué con rabia.
Tiré el móvil al sofá. Cerré la bolsa con un
trozo de cinta aislante y me dirigí corriendo hacia el coche con ella en
brazos. Aceleré lo máximo que pude y llegué exhausto hasta el cuartel de
policía. Cuando hablé con un agente, este me llevó a su despacho. Le conté con
pelos y señales lo que había pasado. Él fingió tomar notas, pero supe perfectamente
que no escribió nada coherente.
―Vamos a hacer una cosa ―habló el guardia,
tras escuchar toda mi anécdota―: nosotros nos quedamos con la bolsa, la cual es
cierto que contiene unos cuantos gramos de cocaína. Y, a cambio, nosotros no presentaremos
cargos por posesión de drogas.
―¿Cómo dice?
Me miré a mí mismo. Iba sudando, resoplando y
con malas pintas por las prisas y los nervios. Parecía un drogadicto.
―Dejaremos pasarlo por esta vez. ―Se levantó
de su silla y se puso cerca de mí―. Pero que no ocurra de nuevo. Busque ayuda,
amigo.
El agente se quedó con la bolsa y me condujo
hasta la salida de una manera muy brusca. Ahí fue cuando pensé que no me
tendría que volver a preocupar por el asunto de la droga. Me equivocaba.
Cuando volví a casa vi un montón de llamadas
perdidas en el móvil. Bloqueé el maldito número y me despreocupé. Lo dejé pasar.
Hice otras tareas para no pensar en ello.
Le mentí a Laura, diciéndole que había ido
mal la prueba y que ya me habían rechazado para el puesto. Ella se apenó, pero
me animó todo lo que pudo. Por suerte, no se percató del estropicio de antes.
Aquella noche decidí que era el momento
perfecto para salir en bicicleta y sacar de mi mente esos infernales
acontecimientos. Di un paseo largo, pero no debí haberlo hecho. Lo que ocurrió
después cambió mi vida para siempre.
Me bajé de la bici en el tramo de carretera
que daba a mi casa para descansar y estirar un poco las piernas. Fue entonces
cuando divisé a unos hombres a lo lejos saliendo de mi casa. Llevaban tapada la
cara. Me estaban robando, o eso pensé. Me subí a pedalear y, habiéndome
acercado lo suficiente, vi algo que me heló el corazón. Cargaban a Laura entre
dos tipos. Ella se resistía, pero no pudo evitar que la metieran en un coche
negro por la fuerza. Yo, mientras tanto, intentaba llegar, pero demasiado
tarde. El coche arrancó.
―¡Alto! ¡Deteneos! ―grité, pero mi voz ni
siquiera les llegó.
No me rendí. No me daba tiempo a coger mi
coche y perseguir a los secuestradores, así que me armé de toda mi fortaleza
física y los seguí pedaleando. Me acerqué lo suficiente como para ver que tenía
la matrícula completamente tapada. Yo no dejaba de gritarles.
―¡Soltad a mi novia! ¡Cobardes! ¡Meteos con
quien os ha fastidiado el negocio!
Por desgracia, el cansancio empezó a mermar
mi resistencia y mi velocidad menguó. Intenté sacar fuerzas del interior de mi
mente, de mi espíritu y de todo mi ser para no perder de vista el vehículo. Y,
sin embargo, este iba más veloz. Era casi imposible que yo le diera caza.
Antes de quedarme exhausto, el vehículo se
detuvo en un semáforo. Di el último empujón. Un poco más… Sólo unos metros más.
Una furgoneta chocó conmigo y me tumbó. Yo
iba bastante rápido, más de lo que debería, pero aquel conductor imprudente se
saltó una señal de STOP en un cruce anterior al semáforo donde estaba Laura
secuestrada.
No sabía si me dolía más mi pierna rota o el
saber que había perdido a Laura. No la volví a ver nunca más. El coche de los
secuestradores se alejó sin dejar rastro alguno.
Desapareció al otro lado de nada.
Felicidades, Pedro. El relato es fabuloso. La tensión está presente en todo momento. He disfrutado mucho leyendo. Gracias.
ResponderEliminarMuy bueno, Pedro. Qué tensión. Me he quedado con ganas de saber el destino de Laura, pobre. Enhorabuena.
ResponderEliminarEstá bien armada la historia y sí, deja con ganas de más. Enhorabuena
ResponderEliminarBuen relato
ResponderEliminarGenial relato. Me hubiera gustado otro fina
ResponderEliminarMuy buena historia, pero eres malo.Felicitaciones
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuy buen relato Pedro. Te mantiene en tensión y deja con ganas de más. Enhorabuena
ResponderEliminarBuen trabajo,Pedro. Me gusta el ritmo y los giros, enhorabuena!
ResponderEliminarBuen trabajo,Pedro. Me gusta el ritmo y los giros, enhorabuena!
ResponderEliminarMe ha encantado, Pedro! Muy buen resultado y la trama me ha absorbido, genial!
ResponderEliminarUna bonita historia pero con un final que no está muy claro. Queremos más!!!
ResponderEliminarMuchas gracias a todos. No puedo expresar cuánto me emocionan vuestras palabras. Gracias de verdad.
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