martes, 13 de junio de 2017

Diferente punto de vista (Sandra. Grupo A)


El día había amanecido radiante para pasarlo en la playa que más le gustaba a Saad. En la parte más alta de la misma, había una arboleda bajo la cual muchos vecinos, visitantes y turistas, comían, para después bajar, a través de pasarelas de madera a tomar el sol o a darse un baño en las cálidas aguas. Además de ese aliciente, le gustaba esa playa por la tranquilidad, no solo del agua, pues había muy poco oleaje, sino porque no solía estar masificada, salvo los fines de semana. Su intención era pasar desapercibido, aunque no siempre lo conseguía.

Por la mañana, corría varios kilómetros por la arena húmeda de la playa. Tras ese maratón, se daba un baño, estiraba la toalla bajo el Sol, se aplicaba el protector solar, pese a que su color de piel era oscuro, y dejaba que los rayos del Sol hiciesen su trabajo mientras dormía. No lo hacía de noche, por lo que tenía que hacerlo de día.

Por su trabajo necesitaba estar en forma, por eso aprovechaba para acercarse a la playa cada vez que el Sol se asomaba, fuese invierno o verano.

Al mediodía y después de desperezarse, se daba una ducha en los grifos de agua dulce, para luego sentarse bajo la sombra de algún árbol frondoso y así almorzar el bocadillo que llevaba hecho de casa; unas veces de chorizo y queso, otras de queso fresco con membrillo y otras de jamón serrano con queso; y por encima, varias piezas de fruta fresca. Sobre las cuatro o cinco regresaba a la arena cálida. A partir de esa hora se notaba que había más visitantes, en su mayoría madres con niños pequeños que escapaban del calor que desprendían las paredes de sus casas.

Normalmente a esa hora el sueño volvía a atacarlo, pero esa tarde no fue capaz de cerrar ojo. A su lado se instalaron tres mujeres, más o menos de su edad, con dos críos cada una. Las edad de los niños más mayores no superaba los seis años. Las madres comenzaron a sacar cacharros de las bolsas: palas, cubos, rastrillos, estrellitas de mar, regaderas diminutas, manguitos para los brazos, una piscina pequeña para los dos bebés, pequeñas redes para pescar cangrejos, varios flotadores... Total, que era imposible cerrar ojo con aquel ruido. Precisamente acudía a la playa porque el sonido del mar lo relajaba y esas criaturas lo que estaban haciendo era enervarlo.

Estuvo tentado de coger la toalla, la mochila y buscar un lugar más reservado, pero al ser un viernes por la tarde, toda la playa estaba repleta. Las madres ocupaban la primera línea para poder vigilar a los niños que jugaban en la orilla. Los más grandes jugaban al fútbol, los medianos pescaban cangrejos y los más pequeños, ayudados por sus madres o hermanos, llenaban los cubos de arena húmeda para construir castillos. Él lo tenía claro. La mejor hora para acudir al arenal era por la mañana. Se puso bocabajo y colocó los cascos en los oídos con la música que solían poner en la disco donde trabajaba todas las noches. 

Sobre las seis escuchó un fuerte ruido, pese a llevar los cascos, como de sirenas y vehículos cerca de la zona. Se irguió y vio que mucha gente corría hacia la orilla. Madres llamando a los hijos y otros preguntándose qué sucedía en la playa. Se levantó y centró la vista en el mar. A unos cuantos kilómetros se avistaban dos pateras con numerosas personas en el interior. Desde donde estaba comprendió perfectamente lo que esa gente gritaba: ¡socorro, ayuda! Varias mujeres a su lado conversaban sobre lo que estaba aconteciendo:

–Hija, es que nos invaden. Cada día llegan cientos y cientos de emigrantes sin papeles que nuestro gobierno tiene que ayudar gracias a lo que pagamos en impuestos. El país está en crisis pero para ellos siempre hay –exclamó, muy convencida de lo que decía.

–Esa gente tiene que escapar de la pobreza y la represión que sufren algunos países de África. A algún sitio tienen que ir –repuso la que estaba a su lado, sin conocerla de nada.

–Y precisamente tienen que venir a España, claro –insistió.

–No sé si has visto la tele pero están llegando a costas de Italia, Grecia y algún que otro país más. No podemos darle la espalda a estas pobres criaturas. Fíjate, muchos de ellos son niños, otras mujeres embarazadas. Bastante triste tiene que ser subirse a una patera que flota sobre el agua salada, dejando atrás a tu familia y muchas veces sin saber nadar. La desesperación te obliga a hacer eso y mucho más –concluyó.

La otra, al ver que no había forma de convencerla de que esa gente solo traía enfermedades raras y más pobreza a nuestro país, buscó otro grupo de gente para ver si compartían las mismas ideas que ella.

Saad conocía esas sensaciones. Con tan solo 5 años se había subido a una patera junto a su madre, pero ésta no soportó el viaje y falleció, quedándose huérfano. Ingresó en un centro y así estudió. Le encantaba la música. Algunas de las personas que habían ido con él, huyeron de la policía y de los servicios de Cruz Roja que intentaban ayudarlos en la orilla. Saad estaba demasiado bloqueado como para escapar. Su madre perecía bajo una sábana blanca. Se había quedado solo.

El chico se llevó las manos a la parte trasera de la cabeza. ¿Sobrevivirían todos?

En cuestión de minutos, los barcos de salvamento se acercaron a las pateras para rescatar primero a los niños, después a las mujeres y dos ancianos y para finalizar con los varones. En total trecientas personas que buscaban una vida mejor.

Se movió hacia la parte donde había menos trajín. Dos chicos jóvenes comentaban la escena:

–Joder, menuda imagen damos. Es patético que tengamos que recoger a esta pobre gente. Probablemente procedan de países más ricos que el nuestro. Me preguntó por qué no llegan a acuerdos para que estas cosas no sucedan –habló el chico moreno que llevaba gafas de sol.

–No lo sé. Lo único que veo es que España atrae a todos. Los extranjeros del norte vienen a nuestras ciudades más turísticas para emborracharse y tirarse de los balcones hacia las piscinas, y no pasa nada. Tiran basura al suelo, se mean por todas partes, cometen delitos, ¡y no pasa nada! Nuestros políticos roban sin discreción –calló unos segundos–. Mejor no sigo porque todo esto me irrita –meneaba la cabeza al hablar.

–No todos los que vienen son malos. En medio siempre puede haber alguien que vaya por el camino más fácil: el de la delincuencia, pero, por lo general, no es así. ¿Cuántos españoles prefieren el dinero fácil a trabajar? –preguntó, asintiendo con la cabeza–. Esta gente solo quiere trabajar para poder enviar dinero a su país y muchos tienen que acabar de pagar la deuda que contraen por el viaje. No es como lo pinta la gente.

–Estoy contigo, tío. Vamos a preguntar si necesitan ayuda. Es mucha gente para tan pocos asistentes.

Saad se conmovió al escuchar la conversación. Que dos chicos jóvenes pensaran así le daba razones para seguir creyendo en la raza humana.

18 comentarios:

  1. Todavía hay esperanzas. Como siempre BRUTAL, Sandra. Con ganas de más. Enhorabuena, querida amiga😘😘

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  2. Duro y sincero, combativo, lo que se agradece. Un lujo

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  3. Real, como la vida misma. Gracias, Sandra. Un abrazo.

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  4. Me encanta la crítica social! Enhorabuena!

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  5. Ojalá todos pensasen y actuasen con solidaridad como bien expresas, Sandra.

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    1. Ojalá fuese así, Dolors. Un beso y gracias por leerlo

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  6. Qué bien has reflejado una realidad tan dura, Sandra. Enhorabueba

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  7. Muy bueno, Sandra. Me ha​ gustado como has dado un golpe de realidad. Felicidades, guapa!

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  8. Hola. Me ha sorprendido el texto. Te relaciono solo con el libro que he leído tuyo. Un gusto leer y descubrir algo diferente. Felicidades. Besos.

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  9. Sandra. Cuántos como tú, pueden crear una vivencia tan real en la cruda realidad. Con una fresca y grata expresión literaria. La cual nos lleva hasta final del texto con emoción que mantiene el interés.Gracias pocompartir tu talento literario.Felicitaciones y éxitos por venir.

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