miércoles, 25 de enero de 2017

"Supervivencia" Jose Rinlo


Domingo 7 de julio del 2.020

Había estado toda la semana pegado a internet, las noticias eran desalentadoras. En menos de cinco días el mundo que conocía hasta ahora, se había volatilizado, todo era caos y desconcierto. Y desde el viernes por la noche la red y todos los canales de televisión habían caído; ninguno daba señal, solo se podía leer en la pantalla del televisor: ¡NO SIGNAL!

Solo sabía algo de lo que pasaba gracias a una radio local que seguía emitiendo. Aconsejaban a los supervivientes mantenerse encerrados en sus casas, hasta que fuesen rescatados por algún cuerpo de seguridad; hasta que eso pasase, que no abandonase nadie su vivienda, y que la mantuviesen cerrada a cal y canto, reforzando puertas y ventanas.

Bajó hasta la cocina y preparó la última taza de café con la que contaba; estaba agotando todas las existencias, apenas le quedaba nada para llevarse a la boca y desde hacía ya unos días estaba sin tabaco ni alcohol. Se había bebido hasta la última gota, y eso que apenas solía beber antes de que todo aquello sucediese.

Sin embargo lo tenía decidido: para ese día tenía preparado hacer una inspección por el pueblo, pillaría lo que pudiese y volvería a casa. Sabía que el riesgo era enorme, pero no le quedaba otra; además estaba hasta las pelotas de estar allí encerrado como un perro.

Terminó el café y se puso manos a la obra. Tenía que empezar a poner su plan en marcha.

Aunque hacía un calor espantoso, Blas se puso por encima toda la ropa que pudo: cuatro jerséis, tres pantalones y varios pares de calcetines como protección, lo último que quería era convertirse en uno de esos zombis que empezaban a dominar el mundo, o que ya lo dominaban. Con su 1,80 de estatura, su cuerpo atlético de espaldas anchas, su melena, su barba y toda esa ropa encima, parecía un Oso. Cogió la pistola que usaba en su trabajo como guardia de seguridad, su cuchillo de caza y salió al patio de la casa para abrir el portal de entrada y salir al exterior. Al no ver a nadie guardo su pistola y se desenfundó su enorme cuchillo; si se encontraba algún muerto viviente era mejor clavar el cuchillo en su cráneo para no hacer ruido y llamar la atención de otros que pudiesen estar por la zona. Si se encontraba a varios, ya tendría tiempo de cambiar de arma.

Anduvo calle abajo sin toparse con nadie, pero ni zombis ni no zombis; todo el pueblo estaba desierto. Se detuvo a intentar pensar en un lugar en el que pudiese conseguir de todo en la misma tienda, para no exponerse mucho a ser visto; ¡Y bingo! la luz se hizo, iría a un 24 horas que hacía poco había abierto en las afueras del pueblo. Ahí tendría comida, bebida de todo tipo, tabaco y un montón de mierdas que solían vender en ese tipo de locales. Sin soltar su cuchillo, fue andando de un lado a otro del pueblo; todas las viviendas y locales de negocios estaban cerrados o completamente destrozados y desvalijados. Un sudor frío comenzó a recorrer todo su cuerpo, pensando en lo que encontraría (si todavía quedaba algo). Fue escondiéndose durante todo el camino. Al llegar al 24 horas pudo comprobar, aliviado, que al menos allí no habían robado nada: estaba cerrado como un bunker. Solo le quedaba una forma de entrar, aunque eso significase hacer el ruido que no quería.

Quitó su pistola, apuntó a la cerradura de la reja metálica y de un disparo la hizo volar por los aíres; la levantó rompió el cristal de la puerta y se introdujo en su interior, volviendo a bajar la enorme reja tras de sí. Muy sigiloso anduvo buscando una linterna, que encontró en una de las estanterías situadas al fondo del local. Luego se hizo con un par de mochilas y comenzó a llenarlas con todo tipo de alimentos y bebidas; incluso metió unas cuantas revistas y libros. Al finalizar su tarea, pues mucho más no podía cargar, se sentó en el mostrador a beberse una cola y a fumarse un cigarrillo, que le sabían a gloria. Por un momento pensó en quedarse allí, no tenía necesidad de cargar con todo aquello hasta su casa. Sin embargo, se acordó de que había encerrado en la despensa (para que no le pasase nada), a su fiel amiga, a su perrita "Manchitas". Y ni de coña la abandonaría, y menos de esa manera; además era la única especie con vida que tenía a su lado.

Cogió las mochilas y salió de allí lo más rápido que pudo; iba demasiado cargado. A medio camino no podía respirar. Entre los nervios y el peso, comenzó a faltarle el aíre, como si alguien le estuviese pisando el pecho. Descansó unos minutos y volvió a reanudar su marcha; eso sí, mucho más despacio.

Al llegar a su casa vio el portal abierto; por un momento pensó que se había olvidado de cerrarlo cuando fue, pero enseguida se dio cuenta de que no era así. Dejó las mochilas en el suelo y desenfundó su arma; con mucho cuidado cruzó al interior. Y allí estaban, eran tres dando vueltas y aporreando la puerta de la casa. En cuanto lo vieron se fueron directos a por él. Al primero le pegó un tiro en la cabeza, cayendo fulminado al instante; el segundo corrió la misma suerte. En cuanto le quiso disparar al último, éste se abalanzó sobre él. Mientras le mordía el brazo derecho, cogió el arma con la otra mano y le voló los sesos. Gracias a los jerseys, los dientes de aquella cosa no habían llegado a su brazo. Reconoció los alrededores, por si aún quedaba alguno merodeando cerca. No había ninguno más.

Echó mano a las mochilas y entró en la casa, volviendo a cerrar todo a cal y canto. La próxima vez se llevaría a Manchitas, así no se morirían allí solos por falta de comida. Tenía que buscar a más supervivientes.

Llenó la nevera y se fue a por su perrita. Cuando llegó a donde la había dejado y vio la puerta abierta, se exaltó y se volvió loco buscándola por todos lados; sin embargo no aparecía por ningún sitio. De repente la sintió gruñir bajo la cama, y se agachó todo confiado para cogerla; era impensable que hubiese salido ella de la casa. Echó la mano para cogerla, y sintió cómo sus colmillos se hundían cerca de su pulgar.

Rápidamente reculó hacía atrás, pero Manchitas salió hecha una fiera, atacándolo y mordiéndolo por todas partes; estaba infectada por ese puto virus. Acabó pegándole dos tiros. Él se sentó apoyándose contra la pared, aunque ya notaba los primeros sudores. Estaba infectado. Le echó valor y sin pensarlo dos veces, se puso el cañón de la pistola en la boca y… apretó el gatillo.

7 comentarios:

  1. Muy bueno. Es una historia terrorífica. Enhorabuena Jose.

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  2. Jolin Jose, qué fuerte. Eso es valor y valentía, generosidad y solidaridad. Felicidades

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  3. Jolines José, vaya historia, muy buena e intensa. Bravo

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  4. Me asombra lo bien que escribes este tipo de relatos... A mí me daría miedo hasta escribirlos. Felicidades, compañero

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  5. Me ha encantado!! Un desarrollo genial

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