miércoles, 23 de noviembre de 2016

"Slenderman" Carrie Polaris

       
Entre los árboles de sombras siniestras, aquella oscura noche, Slenderman decidió emprender camino hacia otro lugar. Sus ocho tentáculos se desplazaban por el suelo transportándolo de sitio. Había sido una noche productiva, silenciar las risas de esos catorce niños fue casi una obra maestra. Absorber, estrujar y matar, para luego borrar toda evidencia de sangre coagulada y restos de piel o carne, acto sencillo de ejecutar.

A veces se convertía en una tarea aburrida, el que sus víctimas no se movieran y permanecieran en un estado hipnótico sin emitir un solo reclamo ni resistencia, se volvía monótono. Slenderman precisaba de algo más, algo que lo alejará de la monotonía de ganar siempre. Su traje estaba impoluto, oscuro y sin ningún pliegue ni arruga en la tela; lucía siempre sólido y elegante. Su rostro en un hermético blanco, sin expresión ni miembros, era su sello más preciado.

Caminaba entre la oscuridad de la noche, casi como si su largo y delgado cuerpo levitara sin rumbo, pensando, asumiendo, conquistando. Como siempre, sin necesidad de luchar.

Se detuvo un momento bajo la luna escarlata, una visión le inundó el cuerpo; y una sensación desconocida le acuchilló cada tentáculo en su espalda. El Slenderman tan temido por todos, estaba flaqueando en una sensación. No sabía quién era, no sabía cómo hacer sufrir y batallar a sus víctimas.

Albergaba un temor: el hecho de no poder infligir desesperación. Pero, ¿qué era la desesperación? ¿Cómo poder entregarla sin conocerla?, ¿cómo ser un maldito monstruo sin conocer el dolor? Aquel era su máximo temor: no poder sentir ese desesperado y sangriento sufrimiento anhelado, nunca. 

Siguió avanzando en medio de la noche. En lontananza el aullido de un hombre lobo llenó el firmamento; en hermético silencio avanzó hasta el cementerio, ya sin pensar, odiándose a sí mismo. En busca de los demás. 

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