viernes, 19 de mayo de 2017

Mi héroe (Dolors. Grupo B)

Despierto con el sonido del whatsapp ensordeciendo mis sueños.

      Jolín. ¿Quién es el pesado? -farfullo-. Maldito móvil, ahora que había cogido el sueño me despierta. Es Tony, hace más de tres semanas que no recibo sus «Buenos días, preciosa». No había caído en la cuenta.

       A veces es muy pesado con sus mensajes, así que no le presto demasiada atención, y ello me provoca cierto resquemor en la conciencia.

       Será mejor que lo lea y le conteste.

    ─Buenos días, preciosa. ¿Sabes? ayer salí del hospital ─leo.

     Me desarma ese mensaje. Las alertas se encienden en mi mente, se me pone "piel de gallina" e intuyo qué ha podido pasar. Será mejor que le responda, ese mensaje no se merece mi tradicional emoticono de besitos para desistir de hablar.

       Buenos días, Tony. ¿Qué te ha pasado?

       Será mejor que me prepare mi cortado mientras espero la respuesta. No recuerdo la fecha exacta en que lo conocí, tan solo que era primavera. Una tarde de martes soleada, aromas de lilas en el aire, esa fragancia me traslada a mi niñez; el cielo azul parpadeaba al Sol resplandeciente como solo él sabe hacer, y una fresca brisa se colaba por la ventana entreabierta del taller de pintura. Ese día se iniciaba el taller, me quería morir de tanta vergüenza; nadie puede sospechar esa timidez que me embarga, paraliza mi cuerpo y lo peor de todo: soy incapaz de emitir ningún sonido. Enmudezco.

Ese día no fue menos. No conocía a nadie, y si no recuerdo mal, éramos cuatro chicas y cinco chicos. Cada uno con nuestras historias a cuestas, quizás en aquella habitación de dimensiones pequeñas para su destino; se acumulaban historias con un dolor excesivo para la juventud de los presentes. Historias carcomiendo la mente de los aspirantes a pintores. Tony era uno de ellos. Cuando entré en la sala, él ya estaba colocado en su lugar. Ocupó siempre el mismo mientras duró nuestro aprendizaje. Recordar esto me lleva a la reflexión de que realmente el hombre es un animal de costumbres. Yo también me senté en el mismo sitio y en la misma posición. Entré con la cabeza cabizbaja y sin apenas hacerme notar, y además, para colmo, me tuve que poner una bata infantil para no acabar con la ropa en el cubo de la basura. Ya se sabe, la pintura tiene eso, y por mucho que vigiles te acabas manchando. Me senté. Recuerdo que me siguió con sus ojos saltones, abiertos en desmesura, efectos del chute diario de pastillas con el que salvamos los días. Una sonrisa se dibujó en su cara; sus cejas densas y negras gritaban "siéntate a mi lado". Deseché la idea y busqué la ventana, era el lugar más alejado de todos, así no tenía que hablar con nadie ni dar explicaciones de por qué me encontraba en el taller.

El taller formaba parte de la terapia de integración de enfermos mentales, una vez que has pasado por una planta psiquiátrica. La pintura es mi forma de espantar esos demonios que me albergan desde..., ¿qué importa? Ya no lo recuerdo. Embadurnar mis dedos de colores, mezclarlos en la paleta y después deslizar el índice sobre el lienzo en blanco, dejando fluir la textura del blanco y el negro; el rojo y el amarillo; azul y más amarillo. Los colores representan lo que siento, emociones que se agolpan en la yema de los dedos. No necesito un pincel para pintar, estoy cansada de intermediarios entre la vida y yo. Libertad, esa es la palabra que define qué es la pintura para mí. Libertad de estallar en gritos, de llorar, de reír, de decir «aquí estoy yo». Un cuadro habla, se comunica, expresa qué siente su autor: el amarillo de la alegría y la felicidad, el rojo del deseo y, a veces, el desespero; el negro de la fuerza y de la tristeza. Sentimientos condensados en pigmentos, en óleo y en mis acrílicos. Pintar, y pintar más, para saciar el hambre y vomitar la rabia. Pintar para soñar. Pintar para amar. Esa es la palabra. Cuando pinto hacemos el amor el lienzo y yo, abstraídos de todo y todos; saboreando el gusto dulce del rosa, acariciando con el dedo la silueta del dibujo, coloreando el rojo pasión. Estallando en éxtasis una vez finalizado, deleitando mi arrogancia en lágrimas. Momento sublime.

        Sí, todo eso es la pintura, y el taller era la manifestación de volver a percibir la vida después de la confusión, de pasar días y meses encerrados entre cuatro paredes, de transcurrir los días en el vértigo de los hipnóticos. Allí nos conocimos Tony y yo: en el aula de pintura de una ciudad de provincias. Evitaba su mirada como la de los demás. Aquella tarde atacamos los colores con timidez, con parsimonia, con la mesura de no dar una pincelada en falso. Fue justo cuando acabamos aquellas dos horas de "liberación", el instante que aprovechó Tony para acercarse a mí. Se presentó:

      ─Hola, me llamo Tony, ¿y tú? -Le miré con la distancia de no querer conversar. Recuerdo decirle mi nombre, y las ganas de salir huyendo de aquella conversación y de aquel lugar. Siempre he tenido esa tendencia huidiza, una ilusionista en el festival de la rutina, en escapismo continúo. Y escopeteada me marché, dejándolo con la palabra en la boca. Una semana después, nos reencontramos, la misma hora, el mismo espacio y las mismas sillas. Inma, la profesora nos atendía personalmente a cada uno. Unos pintaban con acuarelas, otros al óleo (yo con acrílicos. Es mi textura preferida). El acrílico es la comunión del agua con la pintura, la proporción exacta, una gota ínfima con el color, adquiriendo el tacto deseado; bien para crear relieves con el pincel, o más líquida, ofreciendo ligereza al lienzo. Me gusta observar cómo chorretea el rojo junto al blanco creando el efecto de una lágrima de sangre. Tony era más del carboncillo. Hasta ese segundo martes no me percaté de lo prodigioso que era con el lápiz. Éste bailaba en el papel de dibujo como Plisétskaya en El lago de los cisnes, suave, ligero... Un efímero roce entre la punta del lápiz y la superficie. En un instante me había retratado; creo que me quedé clavada al suelo, pues pintaba de pie con mi caballete como única pareja de conversación. Inma felicitó y alabó la magia de Tony; había conseguido trasladar al papel la tristeza de mi rictus, las ojeras de mi rostro, la sonrisa desganada de mi boca, la blancura de mi tez, las arrugas del tiempo, el dorado de mis cabellos. Fue tanta mi impresión que tuve que tomar asiento. Mis ojos iban y venían del cuadro a su autor, con la sorpresa en mi voz callada. Tony tiene el don de hacer fácil lo difícil; capta el aura de aquello que dibuja. Y eso no es fácil, yo que soy una autodidacta, no sigo reglas ni técnicas, simplemente me dejo llevar por el momento; mas soy consciente de la dificultad de aprehender el alma de las personas. Miraba mi otro yo en el papel, y nos reconocimos.

         Tony me regaló el dibujo, y aún lo guardo en alguna parte de mi armario, bien enrollado para que no se deteriore; al menos que no sufra los avatares de mi inconsciencia y, peor aún, de mi consciencia. A partir de esa tarde, nuestras conversaciones se prolongaron del hola de rigor al intercambio de nuestros móviles. Ello, avanzó a los mensajes de wahtsapp. Eso tiene la tecnología: te acerca al más lejano de los pensamientos; y tanto Tony como yo éramos dos nómadas del desierto, que desembarcaron de una patera, a la búsqueda de una segunda oportunidad. Conforme avanzaban las clases de pintura la tensión de mi rostro se moderó al punto de interactuar con todos los demás. La realidad fue que Inma consiguió dar la importancia necesaria a aquello que pintábamos, aún sin tener valor artístico. Cada cuadro, cada dibujo, era la demostración de ser capaces de realizar y tener objetivos. Y cada uno de nosotros aplaudíamos la obra de los demás. La seguridad de realizar algo afianzaba la confianza en nosotros mismos y, por empatía, con los demás.

        Tony se acostumbró a saludarme con un "Buenos días, preciosa" Para despedirse por la noche con el desvirtuado buenas noches. Alguna vez le daba pie a mantener algo más de palabras. Así pude descubrir cuál es su enfermedad; por supuesto, yo le confesé la mía. Soy de esas personas (muy tonta, debo decir) que sí me ofrecen una mano la cojo sin temor, y ofrezco la mía. Así supe que en ocasiones, Tony tiene invitados muy ruidosos en su cabeza, le persiguen durmiendo, y todavía más, despierto. Le hostigan en el desayuno y, ya a media tarde el acoso es tan brutal que Tony se convierte del ser bonachón e inocente, al más cruel de los psicópatas. Sé que Tony nunca ha atentado contra nadie, más bien, el objeto de sus iras es él mismo. Nunca he tenido miedo de él, esas voces que le atosigan y le vuelven loco no es más que el producto de su enfermedad, y no seguir el protocolo establecido. Él sabe que no puede ni debe dejar su medicación; si es así, es cuando aparecen los vecinos entrometidos gritando y alterando su cordura. Aunque entiendo el aburrimiento que produce tomar las puñeteras píldoras. A mí también me aburre la rutina medicamentosa.

       En nuestras breves conversaciones conocí su vida. Ingeniero, directivo de una importante empresa, casado y con un hijo; un día se levantó y se cortó las venas. Así, sin más. Su, por entonces esposa, le llevó al hospital. Por suerte no murió en aquel intento. Cuando despertó de su coma, seguían las voces chillando que debía morir. Gritaba al unísono de sus invitados. Le diagnosticaron esquizofrenia paranoide. A partir de ese momento, con treinta y dos años, su vida se convirtió en una ida y venida al infierno de su cabeza. Ingresos en psiquiátricos encadenado a camas de hospital, en esos momentos de desquicio. Su mujer le abandonó, perdió a su hijo, del trabajo lo echaron y se convirtió en un desecho humano, repudiado por todos. No es pena lo que siento por él, ni mucho menos. Tony es un ser entrañable, educado, inteligente, sensible…Su físico impone, de grandes proporciones, ojos profundos y perdidos; a pesar de ello destella ternura; un oso de peluche para abrazar en noches de tormentas. Tony no me da pena, él es feliz mientras no es perseguido por el runrún de su cerebro. Amigable, social y con sentido común. No se enfada nunca y es complaciente por todos. No, no me da pena; pena de aquellos que lo señalan como el loco del pueblo.

       Al final me decido, le pregunto qué le ha pasado, aunque sé la respuesta. Tuvo visita inesperada de unos okupas que le declararon la guerra a su razón.

     ─Pero, ahora ya estoy bien, preciosa. Salté por la ventana de mi habitación. Me dijeron que era Superman y debía salvarte de Luthor.

       Sin más que añadir, apago el móvil.

       Siempre he querido tener un héroe, y ya tengo mi Superman particular.

31 comentarios:

  1. Muy buen relato, amiga. Felicidades 🙌😘

    ResponderEliminar
  2. Hola. Menudo tema más delicado y sensible. Admiro con que naturalidad muestra los problemas mentales, muy buen enfoque. Felicidades.

    ResponderEliminar
  3. Exquisito y estremecedor.... da mucho que pensar

    ResponderEliminar
  4. Vaya Dolors, es buenísimo, me ha gustado muchísimo!!!

    ResponderEliminar
  5. Conmovedora historia, Dolors, que forma de escribir, me encantan tus símiles y expresiones (made in Dolors), asombroso tu relato.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, María, me alegro que te haya gustado. Una realidad más cercana de lo que pensamos.

      Eliminar
  6. Fabuloso relato poniendo sobre la mesa con mucho tacto un problema social que todavía no está aceptado. Felicidades, querida amiga. Siempre aciertas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Sandra ya sabes lo importante que es para mí dar normalidad y aceptación a enfermedades y trastornos que son muy estigmatizados. Y muy desconocidos.

      Eliminar
  7. Hermoso, como todo lo que escribes. Y siempre con mucha conciencia social. ¡Enhorabuena!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Laura. Es que lo tengo muy cercano-

      Eliminar
    2. Cómo siempre, me has dejado huella. Sé que realizas una labor social importante y te admiro por ello. Es una historia que te deja un sabor agridulce, pensando en lo poco que conocemos de nosotros mismos. Un abrazo.

      Eliminar
    3. Muchas gracias, Merche. A parte de todas mis actividades con los enfermos mentales, me toca mucho más directamente. Un beso, Merche.

      Eliminar
  8. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  9. Muy bueno, Dolors. Un tema delicado muy bien explicado. Felicidades

    ResponderEliminar
  10. La vida es un arcoiris, desparramado, cuyos colores salpican cada evento contenido en el entorno

    El misterio de la felicidad se asoma, intentando domar a la tristeza, y a esa ausencia de razón que muchas veces, nos hace su presa

    Dolors, querida. La vida te ha dotado de sensibilidad, y de talentos, para que compartas a través de tu pluma, lo que lo ojos de tu alma miran

    Recibe mi cariño, administración y respeto

    Roberto Soria - Iñaki

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Roberto tus palabras siempre me acompañan. La sinrazón sorprende por igual a todos. Quién se crea inmune, se equivoca.

      Eliminar
  11. Me gustan los relatos contados desde la distancia. El narrador no se involucra con los personajes, no hace juicio, no emite epítetos, solo narra. Muy bien hecho, Dolors. Como debe ser.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Blanca, para mí eres una autoridad y referente en literatura.

      Eliminar
  12. Increíble relato, Dolors. Me encantó. Felicidades.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Mary Ann. Me alegro que te haya gustado.Besos.

      Eliminar
  13. Me ha gustado mucho, Dolors. Felicidades

    ResponderEliminar
  14. Me ha encantado, Dolors. Se refleja muy bien lo que quieres transmitir. Es genial.

    ResponderEliminar