miércoles, 3 de mayo de 2017

Tinder, Tinder... (Pedro. Grupo C)



Arrastrar el dedo a la izquierda. Arrastrarlo a la derecha. Izquierda. Derecha. Derecha. Derecha…

A mis treinta y cinco años me atreví a probar Tinder. Todo fue por culpa de mis amigos.

―¡Vamos, Fran! ―me animó José―. Tienes que descargarte esa aplicación para el móvil.

José era uno de mis mejores amigos desde la infancia. Los quehaceres diarios hacían imposible que pudiéramos quedar a menudo. Si contábamos, además, con Antonio y Marcos, era como si hubiéramos retrocedido en el tiempo para coincidir todos. Tomarnos una cerveza los cuatro era como un milagro.

―Todos la tenemos ya ―comentó Marcos, acariciándose su pelo castaño y rizado.

―¿Cómo que la tenéis? ¡Pero si todos estáis casados o con novia! ―me escandalicé.

―¡Baja la voz! ―exclamó Antonio―. No hace falta que grites.

Siempre había tenido problemas con mi tono de voz. Suelo alzarlo, pero lo hago sin darme cuenta. Era lógico que mis amigos no quisieran que nadie supiera que tenían esa aplicación. Me pasé una mano por mi pelo corto y rubio, pensando en si de verdad merecía la pena conseguir hacerme con Tinder.

―¿Me podéis explicar cómo funciona con exactitud?

―¡Claro que sí! ―afirmó José―. Es muy fácil. Incluso tú que no tienes ni idea de móviles o de informática podrás utilizarla.

―Mira ―dijo Marcos, mostrándome su móvil―. Aquí van apareciendo mujeres que tienes cerca de ti. De una en una, tienes que decir si la chica te gusta o no. Si pulsas, puedes ver más fotos, su descripción, si tenéis algo en común…

―En resumen ―sentenció José―, si te gusta, deslizas el dedo a la derecha. Si no, lo deslizas a la izquierda. Sencillo, ¿verdad?

―Además ―añadió Antonio―, puedes aumentar los filtros de edad y de kilómetros. Modifícalos a tu antojo.

Aquella última explicación no la entendí del todo bien, pero supuse que la entendería en cuanto tuviera la aplicación en mis manos. Me quedé con lo fácil que era usarla.

―Ahora decidme ―reclamé―: ¿Por qué la tenéis vosotros?

Todos apartaron la mirada al mismo tiempo. Esperaba alguna excusa sobre lo aburrido que es el matrimonio y que, en algún momento, tienes que hacer algo para no sentirte encasillado y que la rutina mataba los matrimonios, pero sin llegar al punto de querer abandonarlo. En cambio, ninguno se mojó demasiado. José fue el que rompió el hielo a mi pregunta,

―Pues para echar unas risas, Fran. No seas tonto y pruébalo.

No sabía si eran las cervezas, pero finalmente accedí. Le di mi móvil y ellos se encargaron de todo. Pronto tenía en mis manos un poder que no se debería haberme otorgado. El poder de juzgar a personas por unos cuantos miserables datos. Me permití el lujo de trastear un poco.

―¿Y cómo hablo con esas chicas? No me da ninguna opción.

―Claro, porque ellas también deciden ―explicó Antonio―. Si tú le das a me gusta y ella te da a ti, tendréis lo que se dice un “match” y podréis iniciar una conversación, ya que seréis compatibles.

―Interesante…

Ahí se acabó mi tutorial. La práctica fue un tanto más entretenida.

Antes de nada, es necesario conocer mi situación. Veía la vida como si fuera una carrera de fondo y yo hubiera dejado de correr casi con totalidad. Al fin y al cabo, todos mis conocidos se habían casado o vivían con sus parejas; la mayoría hasta tenían ya algún que otro descendiente. Yo, en cambio, mi última relación fue muy larga y hacía ya mucho tiempo, por lo que, en el caso de encontrar a alguien, quería que fuera para afianzar estabilidad y sentar un poco la cabeza. Imaginaba que las mujeres de mi edad tendrían objetivos similares, a no ser que hubieran atravesado un divorcio.

Podría decir, entonces, que me fue bien en mis inicios con Tinder, pero mentiría como un bellaco. Lo cierto es que no me atraía ninguna mujer con esos aires modernos de hacerse fotos sensuales, llenarse de piercings o de las que fardan de cuerpos esculturales ―muy a mi pesar― tiradas en la playa. Y, por supuesto, esas que salían sonriendo en las fotos con una descripción graciosa, yo no parecía atraerles en absoluto.

―¡Pues claro! ¿Qué esperabas? ―decía José un día hablando por teléfono―. No vas a encontrar el amor de tu vida en Tinder.

―Bueno, visto lo visto, lo doy por hecho. Pero confiaba en ver a gente que pensara igual que yo. Personas que no supieran qué demonios están haciendo deslizando el dedo tantas veces.

―En Tinder hay de todo. ¿Cuántas compatibilidades has conseguido?

―Ninguna ―admití.

―¡¿Ninguna?!

―¡La aplicación no vale para nada! ¡Es completamente inútil!

―¡Deja de gritarle al teléfono y atiende! El problema no es la aplicación.

―¿Ah, no? ¿Entonces? ―pregunté.

―Pues que no has bajado el listón.

Odiaba esa expresión. No sólo hacía que me menospreciara a mí mismo, sino también a todas esas chicas que por ser un poco menos agraciadas, se catalogaban como si pertenecieran todas a la misma clase.

―Míralo de esta forma, Fran ―continuó José―. No te cierres a conocer gente nueva. Tal vez estés prejuzgando demasiado por el físico, pero puedas conectar a otro nivel, ya sea intelectual o emocional. Déjate llevar. Déjate sorprender.

José era capaz de convencerme, a pesar de mis pensamientos de borrar la aplicación y seguir con mi triste vida. Así que le di una nueva oportunidad. Y fue, a partir de esa conversación, cuando obtuve algún que otro match. Me sentía como un idiota al ilusionarme por compatibilizar con una desconocida. No podía evitarlo.

En algunos casos, pude comprobar que los perfiles eran falsos. Te mandaban un mensaje que era siempre el mismo, fingiendo ser una novata en Tinder e invitándome a pinchar en un enlace. Me parecía algo rastrero y malintencionado aprovecharse de la gente más inocente, pero ya se sabe cómo es Internet y las redes sociales.

Contra todo pronóstico, tuve un match real y concluyente. El simple hecho de observar sus fotos era lo mejor que me había pasado en mucho tiempo. En la primera salía con gafas de sol, mirando al horizonte, con su melena morena al viento. La siguiente tenía lugar en la playa, aunque para mi sorpresa, no iba en bañador como en tantos otros perfiles. Con una mano se tapaba del Sol, mientras la otra se posaba delicadamente en sus caderas. Miraba a la cámara, con una mueca graciosa y con sus pies desnudos acariciando el mar. En la última posaba con un libro, algo también muy extraño cuando se navegaba entre las mujeres que usaban Tinder. Y en todas ellas sonreía abiertamente, como si no le preocupara nada.

Tengo que confesar que esperé un tiempo por ver si se trataba de nuevo de uno de esos perfiles que mandaban mensajes basura de manera automática. No se dio el caso.

“Hola”, escribí, intentando ser lo más educado posible y acompañando el texto de un emoticono con una sonrisa.

“Hola”.

Así comenzó. Durante las siguientes horas tuvimos una conversación muy cordial en la que el objetivo era conocernos el uno al otro. Yo le conté mis impresiones sobre lo que de verdad buscaba en una mujer a aquellas alturas y estuvo de acuerdo en todo momento. Pronto surgió la necesidad de vernos. Es por eso por lo que terminamos por decidir un sitio y una hora en la que tendría lugar nuestro primer encuentro.

Estaba al borde de un ataque de nervios. Llegué media hora antes y me senté en esa cafetería a esperar a mi acompañante. ¿Sería como en las fotos? ¿Sería tan simpática y extrovertida como parecía ser en la conversación? No quería quedarme en blanco ni que hubiera silencios incómodos. Tenía la esperanza de que todo saliera a pedir de boca.

 Allí estaba.

Cruzando delicadamente la puerta, esa figura que me había hecho deslizar el dedo a la derecha casi con obligatoriedad. Era como una de esas comedias románticas en la que el chico observa a la chica. Ella camina a cámara lenta, con una melodía de piano y violines de fondo. El pelo se le mueve a todos lados. Y sonríe. Había venido por mí.

―¿Fran?

Sin darme cuenta, se quedó de pie esperando cualquier tipo de reacción por mi parte. Me levanté sobresaltado y me presenté.

―Sí, sí… Soy yo. ¿Eres Sandra?

―¿Tú qué crees? ¡Pues claro!

Se mostró divertida durante la velada. Eso me gustó y mucho. Sin embargo, hubo algo que se salió de mis expectativas.

―¿Qué piensas del matrimonio? ¿Y de tener hijos? ¿Cómo sería la casa de tus sueños? La mía sería en el campo, con los niños corriendo por el jardín junto con todos los perros.

Se imaginaba todo ese futuro conmigo en él. No paraba de decir lo simpático que era, lo que le gustaba hablar conmigo y lo que le encantaba compartir esos momentos con una persona como yo, que no se esperaba que fuera tan amable y tierno.

―A lo mejor debería ir más despacio... ―sentenció.

―No, tranquila ―dije, sin pensar.

Entonces, siguió con sus planes y sus pájaros en la cabeza. Cuando mencionó el envejecer juntos, llegó al límite de mi paciencia.

―Tengo que decirte la verdad. No creo que debamos volver a vernos. Buscamos cosas muy diferentes.

Me sentí raro al oírme decir eso. Más que nada porque creía que mi meta también era la de envejecer con alguien. Pero que esa chica lo proclamara en voz alta me pareció una locura. No me conocía. No podía enamorarse de mí. Ni yo de ella. Era imposible.

―Eso no fue lo que me contaste. ¿Qué fue de aquello de que ya era hora de sentar la cabeza de una vez? ―comentó, molesta.

―Tal vez tenga ganas de eso por mi edad, pero ahora he comprendido que no puede ser con cualquiera. No quiero sentirme solo y, al mismo tiempo, no quiero sentirme obligado a estar con alguien. Espero que lo entiendas.

Mi tono de voz se elevó y nos escuchó todo el bar. Sandra se enfadó muchísimo por llamarla “cualquiera”.

―Nunca me habían humillado tanto. ―Se marchó sin pagar lo que había pedido y sin una despedida como tal. No me importó.

Cuando llegué a casa, recibí un mensaje de ella por Tinder.

“Eres rastrero. Me siento utilizada. Me dijiste todas esas cosas bonitas para luego romper mis ilusiones. No volveré a confiar en tipos como tú. Adiós.”

No sabía qué pensar. No veía que las cosas hubieran sido así. Sin embargo, no me quedó más remedio que cancelar la compatibilidad y olvidarme del asunto.

Decidí borrar la aplicación de mi teléfono móvil. No quería más disgustos, ni sentirme mal por algo que no había hecho. Ahora entendía que si alguna vez volvía a gustarme una chica, sólo seguiría adelante si el sentimiento resulta ser sincero y si merece la pena.

No había otro modo de ver mi mundo.

22 comentarios:

  1. Muy bien, Pedro. Realista relato, mucho mejor la caza del amor en persona que en las redes...¡nunca sabes lo que te puedes encontrar!

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    1. Y tanto. Creo que hay que ser cauteloso en todo tipo de acercamientos... ¡Muchas gracias!

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  2. Buen relato,compañero👍👍 y mejor lo real😜

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  3. ¡Ay que bien se porta el mundo con los escritores llenándonos de temas! Luego, claro, hay que saber darles forma, expresarlo. Y lo logras maravillosamente. Enhorabuena

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    1. ¡Muchas gracias! En mi opinión, aún tengo cositas que pulir para seguir dando forma a los temas que nos ofrece la vida, pero hay que seguir creciendo.

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  4. Muy real, Pedro. Y la realidad es esa, tu decepción, pero ¿piensas en la chica?.
    Muy buen relato.

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    1. Gracias, Dolors. La chica tampoco ha tenido una buena experiencia con Tinder. Fran no ha sabido decirle lo que pensaba de manera correcta.

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  5. Que interesante como la vida misma. De forma sencilla has conseguido que la historia me atrape. Muy relato.

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  6. Buen relato, Pedro, como la vida misma. Un abrazo

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  7. Me ha gustado. Enhorabuena. Ha sido como leer una historia real. Gracias.

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    1. Me gusta pensar que mis historias se asemejan lo máximo posible a la realidad. ¡Gracias a ti siempre!

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  8. Me ha encantado tu visión. Muy buen relato. Esta a la orden del día ese amor irreal que genera una conversación por las redes. La desesperación en la búsqueda, por suerte tu protagonista reaccionó! A mí también me agobio las palabras que ella emitía. Muy bien transmitido. Enhorabuena!

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    1. ¡Muchas gracias! Aprecio mucho que te hayas metido en el relato, hasta el punto de sentir lo que el protagonista siente. Es algo que intento buscar siempre.

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  9. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  10. La vida diaria y las redes,muy bien contado , miedo me da cuando vea el mio aquí

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  11. Un tema muy interesante y que es el día a día de las redes sociales. Transmites de modo muy acertado las sensaciones del protagonista. Me ha gustado mucho. ¡Felicidades Pedro!

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  12. Me ha gustado mucho, Pedro. El relato es muy sincero y comparto el mensaje, sigue así

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