jueves, 24 de noviembre de 2016

"El pueblo" Laura Martín

     
Después de leer la última novela de la biblioteca y de comer una abundante ración de macarrones, Celeste sintió asco de sí misma, de su pasividad, y decidió salir afuera para andar por las oscuras calles. Faltaba poco para amanecer y su madre aún no había llegado. Apretó el paso, convirtiendo el paseo en un footing mañanero. Correr le sentaba bien, liberaba tensiones, se evadía, huía temporalmente de su patética vida. Odiaba a su madre y la sensación de vacío que le dejaba. En ocasiones, imaginaba cómo sería su vida si su padre no hubiese muerto en aquel maldito accidente. Su madre seguiría siendo dulce, feliz, dedicada. Todo lo bueno de ella se lo había llevado aquel camión, junto a su infancia. A menudo, fantaseaba con haber acompañado a su padre a la compra de aquel helado. Pero no, se había quedado, sobreviviendo a una madre hundida, depresiva y borracha, que se nutría a base de vodka barato.

Se apoyó en un árbol, jadeante, agotada física y emocionalmente. Quería desaparecer, pero no como había hecho otras veces, sino cambiar su vida, dejar todo atrás, hasta su alma.

Cuando recobró la respiración rebuscó en su bolso. Su cartera contenía poco dinero, suficiente para coger el primer autobús que apareciera. Sería un viaje de ida, no necesitaba volver.

Caminó despacio hacia la marquesina, consciente de que, en el ínterin de espera, era probable que cambiara de idea. Normalmente, sus actos de rebeldía terminaban cuando tenía hambre, o frío, o necesidad de ver a su madre, aunque fuera en estado de embriaguez. No podía evitar enternecerse cuando la veía pálida, llorosa, suplicante. Pero, últimamente, las cosas estaban cambiando. En dos ocasiones le habían despertado gemidos, palabras de amantes que, sin disimulo, copulaban en el sofá. Sospechaba que la razón de esas visitas era el dinero. La indemnización que les habían dado por la muerte de su padre se había disuelto entre licores y vinos. Celeste no lo soportaba más, la lástima se estaba tornando en odio, y no podía vivir con eso.

El autobús llegó antes de lo esperado. Solo dos pasajeros ocupaban los asientos delanteros, así que la chica pudo escoger la fila del fondo, la más alejada, la más solitaria. El traqueteo del autobús contribuyó a que se sumiera en un profundo sueño.

-Eh, chica, esta es la última parada. Si quieres continuar, tienes que abonarme otro billete –vociferó el conductor. Ella despertó sobresaltada.

Celeste miró por la ventanilla. No sabía dónde estaba, no veía ningún cartel que indicara el nombre del pueblo.

-¿Dónde estoy?

-En la boca del lobo –rio el conductor estridentemente, burlándose de su desasosiego.

La chica se apeó, intentando infundirse seguridad. Nada podía ser peor de lo que le esperaba en casa. El ruido de las puertas cerrándose la sobresaltó, y observó con disgusto cómo se alejaba su transporte hacia lo conocido, lo seguro. Respiró hondo y se aproximó hacia la que parecía la calle principal. No era un pueblo grande, su vista alcanzaba toda la extensión y no pudo contar más de doce casas. El Sol ya calentaba, y le extrañó la sensación de vacío y soledad. Se aproximó a la primera casa y acercó su cara al cristal de la ventana. Esperaba no asustar a sus moradores, no acostumbraba ser fisgona, pero necesitaba descubrir la presencia de vida, la ausencia de ruido no presagiaba nada bueno. La estancia estaba amueblada, incluso había algún juguete esparcido por el suelo, señal de que, en algún momento, había albergado vida, alegría y felicidad.

Caminó un poco más y encontró una tienda de comestibles. El cartel indicaba que estaba abierto pero, al girar la manilla, la puerta no se abrió.

Un escalofrío recorrió su espalda. En ese pueblo no había nadie, y daba la impresión de que sus habitantes lo habían abandonado deprisa y corriendo. Los juguetes en aquella casa, la disposición de las cosas en la tienda, repleta y limpia… Algo o alguien había provocado su huida. ¿Y si la razón seguía por allí, acechando, en busca del momento oportuno para atacarla? Se arrepintió de haber escapado de casa. También lamentó todas las novelas de terror leídas en el pasado, ya que proyectaban en su mente imágenes aterradoras, y deseó que el próximo autobús no se demorara demasiado.

No se sentía segura allí, por lo que se dirigió al bosque que rodeaba el lugar, esperando encontrar protección entre los árboles.

Recién comenzado el otoño, los árboles se hallaban despojados de sus hojas, desnudos, ofreciendo una estampa desoladora. Los crujidos de las hojas bajo sus pies delataban su posición, pero Celeste respiró tranquila al comprender que, si algo o alguien se aproximaba, también lo oiría. A no ser, claro, que se tratara de un vampiro volador, o una bruja etérea… Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos. Sabía de sobra que los monstruos no existían, ni tampoco los superhéroes. Todo lo que sucediera, dependía por completo de ella, bueno o malo, cada uno labraba su destino. Así que, si alguien o algo la devoraba en ese bosque, sería su culpa, por pretender cambiar las cosas.

De pronto, un lamento llegó a sus oídos. Parecía el llanto de un bebé o, tal vez, el maullido de un gato hambriento. Se dirigió hacia el perturbador sonido recordando el dicho “la curiosidad mató al gato”, pero sin poder evitar investigar de qué se trataba. Agazapado contra un árbol se hallaba un niño de unos cinco años, con la ropa ajada, sucio, y con el pelo largo y enmarañado.

-¿Te encuentras bien? –Celeste se agachó hasta quedar a la altura del pequeño.

El niño levantó la cabeza y la miró a los ojos. Definitivamente, era un niño, a pesar de la longitud de su pelo. Los ojos, rojos e hinchados, la observaban con curiosidad, como si nunca hubiera visto a nadie semejante. Un moratón se extendía en la mejilla izquierda hasta casi llegar al ojo.

-¿Qué te ha pasado? –La chica señaló el golpe, sintiendo una profunda pena por aquel niño maltratado. Él se cubrió el morado con la mano y se arrebujó contra el árbol, asustado.

-Tranquilo –siguió ella. Alzó las manos en señal de paz –, no voy a hacerte nada. ¿Dónde vives?

Una llamada en medio de la solitud del bosque hizo que a Celeste se le erizaran los pelos de la nuca. Alguien buscaba a ese niño indefenso, y debía ayudarlo. Se lo llevaría, y se harían compañía mutuamente.

Se acercó al niño y le cogió una mano, tirando suavemente. Este se soltó, furioso, dando paso a una actitud hostil que hizo que Celeste retrocediera un paso.

-Vamos, te llevaré conmigo, nunca más te pegarán.

El pequeño que, aunque no hablaba, parecía entender su idioma, decidió confiar en ella y se levantó. Celeste le tendió la mano, con prudencia, y él se la ofreció con timidez. Corrieron juntos, alejándose de aquella voz incesante que clamaba por el niño.

La chica, después de unos minutos de vertiginosa carrera, hizo un alto en el camino para descansar. El niño no parecía tan afectado.

-¿Cómo te llamas?

-Muriel –su voz era firme, segura, no se correspondía con la de su edad.

-Qué nombre tan bonito. Yo soy Celeste.

El niño sonrió, mostrando una dentadura puntiaguda que a ella le recordó a la de la película de Tiburón. Supuso que se debía a su alimentación, tal vez le hicieran roer huesos para sobrevivir. No parecía que lo mimaran con purés precisamente.

Celeste emprendió el camino, más despacio; ya no se oía la voz, así que tampoco había necesidad de apresurarse. Mantener un ritmo constante y orientarse era lo más importante en ese momento. La chica pensó que sería buena idea rodear el pueblo por el bosque en busca de la parada de autobús.

El niño la seguía unos pasos por detrás. Celeste intentó esperarle en varias ocasiones para que se pusiera a su altura, pero el chiquillo parecía tímido y prefería ir al acecho. La chica siguió la ruta autoimpuesta, incómoda ante la actitud de Muriel, pero resignada. De repente, el niño cambió de idea y le cogió la mano con delicadeza, admirando sus dedos, calibrando su tamaño, casi venerando su presencia. A Celeste no le gustó, no sabía el motivo, pero la forma de mirar su mano era extraña. Sonrió al pequeño, que la miró con malicia, con los ojos entrecerrados y la boca dibujando una sonrisa a medias. Entonces, sin mediar palabra, él le mordió la mano. Celeste la apartó, alarmada. Le hizo sangre y ella se la llevó, instintivamente, a la boca. Muriel le tiró del brazo, con ojos hambrientos, pidiéndole la mano. Celeste se apartó, temerosa, maldiciéndose por haber sido tan confiada.

-Bravo, Muriel, un tierno espécimen –Celeste se giró, descubriendo la presencia de un hombre de aspecto aterrador. Su larga y canosa pelambrera le cubría los hombros. Una barba espesa y llena de restos de a saber qué, le daba aspecto de náufrago. Los ojos, enloquecidos, bailaban de ella a Muriel, golosos, vanagloriándose de su suerte.

La chica empezó a correr, dejando atrás las risas del niño y del hombre, que parecían querer dejarle ventaja.

En su cabeza surgió la resolución del misterio. Un hombre caníbal y su prole se habían comido, literalmente, a sus vecinos. Celeste se preguntó si habría más como ellos. Sus piernas volaban sobre las hojas. Poco a poco se acercaba a la parada. Creyó ver al autobús, acercándose. Agitó las manos. Por una vez, se alegró de su melena rojiza, que destacaría sobre el fondo marrón oscuro del bosque.

Una mujer calva y semi desnuda le flanqueó el camino. Celeste la esquivó con maestría, aunque la mujer consiguió agarrar un mechón de su pelo. La chica gritó de dolor, pero siguió corriendo hacia la única oportunidad de sobrevivir, sintiendo parte de la melena deprenderse de su cabeza. Lamentó su egoísmo. Tenía lo que se merecía. El karma le devolvía todo lo que había causado. Había matado a su padre al encapricharse de un helado, había abocado a su madre a la prostitución para poder mantenerla y, por último, había querido cambiar su suerte abandonando a una mujer borracha y hundida.

Poco a poco, fue resignándose a su destino. El autobús estaba girando, cogiendo la ruta de regreso. Celeste gritó, y le pareció ver al conductor mirarla desde el espejo retrovisor, con una sonrisa maliciosa.

Y así, derrotada, fue como la mujer saltó sobre ella, arrojándola al suelo, apunto de coger el autobús.

7 comentarios:

  1. Muy bueno Laura. Enhorabuena👍👍👍👍😘

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  2. Muy bonito, Laura. Eres un máquina narrando. Felicidades

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  3. Gracias chicos, por leer y comentar. Sandra, no me digas eso, que me lo creo...

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  4. Me encantó, Laura. No me esperaba un relato de terror, pero me ha tenido enganchada hasta la última letra. Felicidades. Me encanta cómo escribes.

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  5. Mi vida es hacia atrás, estoy muy feliz de compartir este testimonio de cómo el Dr. Baz Ayurveda, que era confiable para recuperarse de la enfermedad del herpes, por lo que se detectó positivo el 23 de agosto de 2013, y desde entonces he estado buscando un Manera de tratar y curar la enfermedad para mí, pero todas las formas en que no probé la solución, hace unas semanas vi un testimonio de cómo algunas personas se acercaron por vía electrónica al Dr. Baz, que era confiable para curarlos de la enfermedad del Herpes, Sin embargo, yo había oído hablar de él en los medios de comunicación cuando, un simple joven pasado dio su testimonio sobre este mismo médico, y se fue sin mensajes Espero que el Dr. Baz, diciéndole todo mi problema, me dijo lo que Él iba a enviarme La parte que voy a tomar y después de tomar esta parte de la hierba me envió, me dijeron que volver al hospital para la verificación y después de haber hecho lo que iba a venir y decir la buena re Cuando vi el mensaje que estaba Tan sorprendido y todavía no creía que me curaría, y mi amigo historia soy VIH negativo Ahora, después de muchos momentos de dolor, no estoy, y mi enfermedad ha desaparecido, gracias a Dios guiando a este hombre .... usted puede enviarlo por correo electrónico a Drbazspellhome@gmail.com
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