domingo, 27 de noviembre de 2016

"El robo" A.G.Keller

       
Al escuchar la risa ansiosa de un hombre, mientras caminaba por las calles de Londres ese día, apresuré el paso al sentirme nervioso y lleno de angustia. Pero cuando llegué a casa, pude ver en los ojos de Cooper la ilusión y el amor. A pesar de sentirme a salvo dentro de las cuatro paredes que me acobijaban, los recuerdos me traicionaron, al evocar con claridad lo que me empeñaba sin suerte en olvidar. Desde entonces, me vi en la imperiosa necesidad de cambiar el recorrido para regresar a casa después del trabajo, cruzando la calle con anticipación, para evitar pasar por el lugar exacto… Ese maldito lugar donde estuve a punto de morir.

Ese día me había gastado una fortuna -los ahorros de un año- al adquirir un elegante traje confeccionado a la medida, en color negro, mi favorito; como también en comprar la costosísima sortija de diamantes que usaría para pedir la mano de mi novia Violeta. Necesitaba impresionar a su padre, el Duque de Bradbury, un banquero respetado en la alta sociedad londinense. Su familia pertenecía a un círculo en el que me había empeñado en entrar desde que mi corazón eligió enamorarse de la mujer más hermosa que mis ojos hayan visto jamás.

Violeta poseía una belleza extraordinaria, de facciones finas, cabellos dorados y unos ojos azules tan claros e inocentes que me resultaban irresistibles. Además era una mujer culta y educada, producto de una costosa educación pagada con orgullo por su padre. Y aunque ella luciera frágil y tímida, en el fondo era todo lo contrario: fuerte y una defensora de las causas más débiles, sin importarle lo que los demás pensaran, incluyendo a su padre. No obstante, las malas lenguas aseguraban que, dicho Duque, era un hombre despiadado y racista. Como también se rumoraba, que no soportaba ver a su hija enamorada de un simple hijo de inmigrantes irlandeses. Ese era yo.

Mis padres habían emigrado de Irlanda hacía más de una década. Poseían una tienda de relojes en el centro de la ciudad. Desde niño siempre los ayudé con pequeños quehaceres, y ahora que soy un hombre hecho y derecho (como decía papá) me he dedicado a ampliar el negocio colocando pequeños establecimientos alrededor de la localidad.

Como un acto reflejo, me llevé la mano a la cicatriz, muy cerca de mi ojo izquierdo; y al sentir la protuberancia, resoplé incómodo. La sutura era un recordatorio perenne de mi mala suerte.

Aquella noche, después de abandonar la estación del ferrocarril en la terminal de Paddington, tres sujetos me tomaron por la espalda. A pesar de mi altura, lograron empujarme con fuerza a un callejón oscuro, mientras caminaba distraído de regreso a mi hogar, cargado de paquetes. Después de arrebatarme mis pertenencias, me golpearon sin tregua; y cuando al fin conseguí las fuerzas para defenderme, el más alto de los tres desenfundó una navaja, tan reluciente que me cegó por un instante cuando me la acercó sin remordimientos a cara.

Quién sabe por cuánto tiempo estuve tirado desangrándome hasta que apareció una bondadosa mujer de voz cálida y sonrisa ingenua. Ella al verme herido tuvo la gentileza de ayudarme a poner de pie. Luego me hizo señas, y sin más, rasgó un pedazo de tela de su falda, y ofreciéndomela con amabilidad, intentó limpiar mi rostro empapado de sangre.

—¡Samuel! ¿Qué te han hecho?

Corrió mi padre al verme tambalear en cuanto entré a la tienda, muchas horas más tarde.

—Me han robado —alcancé a contestarle con un hilo de voz, antes de perder el conocimiento.

Ya habían pasado dos meses de ese suceso y yo me seguía reprochando mentalmente:

«Samuel, no te sirve de nada martirizarte por lo ocurrido, de todas maneras ya no tienes el traje elegante, ni la costosísima sortija; y para colmo, tampoco tienes a Violeta».

Al no llegar esa noche a pedir su mano, como lo habíamos planeado, ella dio la relación por terminada, sin siquiera darme la oportunidad de explicarme. Violeta pensó que me había arrepentido y que por eso la había dejado plantada frente a su padre. Pero eso no era cierto, algo me decía que ese hombre tenía que ver en ese asunto. No descansaría hasta descubrir la verdad, recuperar mi paz interior y volver a ser el mismo  Samuel, alegre y soñador con ganas de comerse el mundo… Ese que no descansaría hasta volver a conquistar el corazón de Violeta.

Desde entonces me visto de negro todo el tiempo, y a pesar de que Londres se ha convertido en una ciudad peligrosa, he decidido vivir solo, porque necesito olvidar el pasado…

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