viernes, 18 de noviembre de 2016

"Un Halloween con José Losada" Jossy Loes

       
Soltó el móvil, sin importar que cayera. Su amigo Javier le había llamado para contarle que, la noche anterior, en cuanto los dejó, todos convinieron en hacer una fiesta el fin de semana siguiente, en la casa de Adri. Sus padres se irían de fin de semana largo, y no se les ocurrió mejor manera de pasar la noche del viernes que en una gran fiesta, y con una temática de moda: Halloween. «¿Cómo era posible que le hicieran esa jugarreta?» ¡Quién lo manda de bocazas!

Se juró en ese instante que nunca más tomaría otra gota de tequila, ni mucho menos entraría en juegos de apuestas con bebida como penitencia. Quería pavonearse delante de la amiga de Mary, y la jugada le había salido desastrosa. Maldijo la hora en que conoció a Jose y dio fe a ese refrán: de que la confianza daba asco. El muy capullo estaba tan borracho que no tuvo otra idea mejor que soltar que él odiaba los cuentos infantiles. Las carcajadas no se hicieron esperar, incluso de esa chica a la que le había puesto el ojo.

Sus amigos fueron a por él cuando denotaron que miraba mucho a la joven. La primera fue Mary, que esperó pacientemente a que se acercara, y lo primero que hizo, fue compararlo con Áragon, el personaje ficticio de El señor de los anillos. No podía ignorar que tenían cierta semejanza: media melena castaña, tirando a rojiza, y ojos marrones; alto, delgado y con perilla. Por supuesto, a la joven le dio la risa dejando su mente volar. Sin embargo, al final no fue tan desastrosa la noche, pudo guardar en su móvil el número de Sara, como se llamaba la chica.

Estaba seguro de que otro día la vería, pero nunca se imaginó que sería en una fiesta de disfraces; y es que, nadie se creyó que una persona que escribiera terror, pudiera tener miedo a cuentos infantiles. Ni en ese momento ni en ningún otro explicaría por qué su aversión podía escribir miles de historias de terror, pero en cuanto le hablaban de los cuentos infantiles sobre Caperucita o Juan y las habichuelas, su mente se bloqueaba. El peor de todos era el de Hansel y Gretel.

La primera vez que lo escuchó, su imaginación fue más allá de lo que un niño pequeño podía crear, y a eso, le añadía que su macabra tía le cambió la versión, diciéndole que los niños acabaron en un sancocho*. La bruja se chupó cada hueso y luego despegó varias tablillas de madera del salón de la casa para enterrar los restos allí. Y ese recuerdo lo persiguió hasta el sol de hoy. Movió la cabeza para olvidarlo y se dispuso a proseguir con su vida diaria.

Durante la semana, recibió mensajes de sus amigos, contándole de qué irían vestidos. Cuando le preguntaban a él, respondía: de Aragón,  hijo de Arathon… No tenía tiempo para esas chorradas, aunque después de la llamada de Adri, explicándole que había tomado escenas de unas de sus novelas para ambientar la fiesta, cambió de opinión.

Por mucho que luchó con su mente, la curiosidad comenzó a hacerse presente. Los días se pasaron lentamente y deseó tener un gira-tiempo para poder adelantar las horas y así poder ver de qué escena se trataba. Cuando por fin fue viernes, sintió ansiedad y lo achacó a todas esas llamadas y la creatividad de su mente. Se vistió como siempre, con una camiseta negra y un pantalón de mezclilla, del mismo color que la parte de arriba. Junto a sus botas, y para hacer algo diferente, se pintó una gruesa raya en los ojos, acompañando a un cinturón con pinchos; después salió de su casa dispuesto a descubrir qué rayos habían inventado. Cogió el coche y cruzó varias calles. Vio a muchos vestidos con disfraces horrorosos, y se preguntó: ¿Cuándo se había vuelto tan importante esa tradición anglosajona?

A medida que se fue acercando, pudo comprobar lo abarrotado que estaba el lugar. Aparcó un poco alejado, y lo primero que vio fue una manta negra dando círculos en el jardín de la casa. Se detuvo a observarla fijamente, y comprobó que era el dron de Javier. Trató de pensar en qué querían caracterizarlo, hasta que uno de los gemelos se acercó a él, intentando asustarlo, pero no le sirvió de nada.


*Sancocho: Comida mal guisada o cocinada de forma incompleta.


—¡José! Eres un aburrido— le dijo con deje de reproche.

—¡Estoy aquí!

—¡Ya!, pero voy de vampiro, y tú vas de…—Lo miró de arriba abajo. Con una mueca de lado, el gemelo respondió—: de José Losada…

—¡Qué mejor personaje!— ironizó el nombrado.

—Y ¿así quieres ligarte a Sara?—José se cruzó de brazos y lo miró con seriedad.

—Después del machaque que me habéis dado, dudo que ella quiera acercarse. —El gemelo soltó una carcajada y le hizo señas a alguien. José ladeó la cabeza y se dio cuenta de que se acercaba Adri.

De pronto, una desconocida, disfrazada de una versión desastrosa de Drácula, corrió despavorida, pasando por su lado y gritando: ¡Odio esa maldita cosa!

La siguió unos segundos, desconcertado a su actitud, pero fijó sus ojos de nuevo al grupo para saber si eran los culpables, y poco a poco, una mujer disfrazada de una bruja horrorosa, con una serpiente en los brazos, se acercó a él.

No se había dado cuenta de quién era hasta que su risa la delató, y se impresionó al ver a Sara, caracterizada de esa manera y como si volviese a su infancia. La versión de su tía se hizo presente. A pesar de escribir terror, no le moló esa sensación que tuvo. Se le erizó el vello del cuerpo y su mente comenzó a trabajar como era de esperar. Por unos segundos, se sintió como el niño que pasaba toda la noche despierto, mirando a la puerta que pudiera abrirse para ser secuestrado y terminar en un sancocho. Jamás había podido probar alguna sopa o parecido a esa comida.

Escuchar a Sara con esa risa típica de bruja, le traía la imagen a su mente de ese horrible rostro, revolviendo el caldero con un cucharón y, a la vez, creyendo escuchar gritos ahogados de niños pequeños. Zarandeó la cabeza de nuevo, tenía que quitarse sí o sí esa imagen o terminaría por largarse del lugar.

Mary lo llamó. Dudó en ir, la realidad chocaba en su cara; la chica por la que se sentía atraído le incomodaba, y no era grato. Pensó en alguna excusa, como que su perrito estaba malucho, pero todos sabían que no tenía perros. Podía hacer que lo llamaban y luego inventar que sus padres lo necesitaban, y cuando estaba a punto de llevar a cabo su plan, su amigo Jose le saludó eufórico, en la entrada de la casa. Por mucho que inventase cualquier excusa, su amigo se la haría aguas.

Esperó que se alejaran caminando a paso lento para evitar a Sara, aunque, estaba claro que tenía que pensar en alguna excusa en las siguientes horas, y sobre todo el resto de su vida. Una mujer que fuese vestida como la bruja de Blancanieves no estaba presente ni en sus más profundos sueños eróticos.

Conforme se fue acercando, pudo comprobar que muchos se quedaron en la entrada, como si estuvieran indecisos a terminar de dar el paso. Su amigo se acercó a él con una máscara en la cara, y que tenía rejillas sobre lo que era su boca. De inmediato, supo de qué se había disfrazado: Hanibal Letter. Estaba llegando a la conclusión que muchos de ellos tenían en sus más remotos pensamientos esas ganas de ser por una noche personajes malvados o psicóticos. Ironizó para sí: «y luego el maquiavélico soy yo por escribir terror».

—¡Vaya, José! Qué imaginativo eres.

—¡Ya lo ves!—respondió a la burla—. Pensé mucho cómo vestirme para venir a vuestros inventos.

—¡No seas aguafiestas!, lo hemos hecho para que volvieras a ver a Sara.

—¡Qué cantamañanas eres!—respondió con rencor. Su amigo rio a carcajada y José esperó con mucha paciencia a que terminara de lanzarle una de sus tantas pullas, pero no lo hizo, y fue directo al grano—. ¿Te has quedado a gusto?

—¡Venga, hombre!, ¡diviértete! Te prometo que por lo que vi, no hay bebida.

—Te recuerdo que no fui yo a quien se le fue la lengua y le echó mierda a su mejor amigo.

—¡Está bien!, reconozco que fue mi culpa, aunque si te soy sincero, es absurdo tu miedo.

—Creo que será mejor cambiar de tema o me iré por donde he venido.

—¡Pero qué malhumorado vienes!

No quería explicarle que su malhumor apareció en cuanto vio a Sara. Hizo un aspaviento con la mano y esperó que el resto terminase de entrar; pero antes de hacerlo, Adri lo recibió con dos besos, para luego decir: «Tu tumba está al lado de la de Sara». José tragó grueso y sus ojos se posaron en todo el lugar. El gran salón de casa de los padres de Adri se había convertido en un tenebroso cementerio, y sin darse cuenta, sus ojos recayeron en aquella mujer que, sin querer, estaba al lado de una pala y convertía su peor miedo en realidad.

4 comentarios:

  1. Muy bueno, Jossy, pero miedo miedo, poquito, jajaja. Se nota que no es lo nuestro

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  2. Mola,Jossy. Mil gracias, por el detalle de ponernos a todos👍👍👍👍😘

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  3. Vaya, vaya,... Me encanta aparecer en un relato!!! Eso sí, me he reído un poco, eh? jajajajaja... Besos.

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