Cada noche aparecía a los pies de la cama. Intentaba dormir ignorando su
presencia, pero le era imposible, pues percibía cómo su mirada estaba clavada
en ella. Cerraba los ojos y se hacía la dormida; sin embargo, no conseguía
controlar la respiración, y en ocasiones se aceleraba tanto que pensaba que él
debía notar cómo su pecho subía y bajaba con rapidez; sabría que estaba
despierta.
Las ojeras que portaba bajo los ojos, cada vez más oscuras, sumado a la
delgadez de su complexión y al encogimiento que realizaba todo el cuerpo,
queriéndose meter dentro de sí mismo para esconderse, le hacía tener un aspecto
lamentable. En la oficina todos la miraban con pena, y ella más y más se
contraía.
Aquellas miradas que al principio mostraban preocupación fueron
transformándose con el paso del tiempo en miradas inquietantes. Los ojos que
con anterioridad habían tenido cierto disimulo y observaban de reojo ahora eran
una vista fija y acusadora. Y ella, cada vez, se hacía más y más chica.
Al ocaso la inquietud se adueñaba de ella. Volver a adentrarse entre las
sábanas sabiendo que allí estaría él esperando. Alargaba el momento todo lo que
podía, pero el cansancio era demasiado grande para aguantar despierta. Dormía
alerta, y en cuanto la presencia se mostraba, despertaba y a pesar del
cansancio no podía caer en los brazos de Morfeo.
Deseaba poder descansar. Tantos días durmiendo a cabezadas, siempre con
ojo avizor, la estaban matando en vida. Aquello era una tortura a la que no
sabía cómo poner fin.
Las fuerzas la abandonaban y ya poco podía hacer, solo dejarse llevar.
En ese estado el miedo había desaparecido, y derrumbada en el lecho, se atrevió
a hablar.
-¿Qué haces aquí, observándome cada noche?
-Hola, amada mía. No lo sé, me encuentro en este lugar sin poder acudir
a ningún otro sitio.
-Si puedes hablar, ¿por qué no lo hiciste antes?
-No sabía que me veías. Te miraba dormir con la esperanza de que tú me
hablases. ¡Y por fin ha sucedido! Aunque no pareces contenta.
-Tenía mucho miedo. Estás muerto, no deberías estar aquí. Me siento como
una loca hablando con un fantasma.
-Pero soy yo, no debes temer nada.
-Necesito descansar, desde que apareces en mi habitación apenas pego
ojo. ¿Ves cómo estoy? Yo parezco el muerto.
-No te preocupes, descansa. Hablaremos otro día, tengo todo el tiempo
del mundo.
Desde la muerte de su marido, por primera vez pudo descansar. Sabía que
el fantasma seguía cerca, pero ya no tenía su mirada constantemente clavada.
Por la mañana estaba algo más descansada, aunque no lo suficiente. Se
miró en el espejo y pronto retiró la vista: parecía un cadáver. Intentó saciar
el poco apetito que tenía; sin embargo, una arcada la sobrevino al oler la
comida. Hacía días que apenas comía, su estómago estaba cerrado y solo ingería
líquidos. Por lo menos, había notado algo de hambre. Esperaba poder comer
pronto porque solo era piel, ya poca carne quedaba de ella. Los huesos
resaltaban bajo la piel, y daba la sensación de que querían salirse de ella. Si
no ganaba peso pronto, podrían hacerlo.
Acudió a la oficina con más ánimo, incluso en los labios se atisbaba una
ligera sonrisa. No obstante, la alegría duró poco. Al entrar en el edificio
notó el silencio adueñándose del lugar. Todas las cabezas se giraron en su
dirección y las miradas no manifestaban piedad. Encogió los hombros y agachó la
cabeza hasta que llegó a su despacho, allí nadie podía observarla de aquella
manera.
Al volver a casa se preparó algo de pasta. Le costó el primer bocado,
pero cuando se asentó en el estómago devoró con ansia el resto del plato. Pasó
la tarde viendo la televisión y cuando el Sol empezó a ocultarse comenzó a
ponerse nerviosa. No tenía ganas de enfrentarse a la situación, y ahora que él
sabía que ella podía verlo y que podían hablar no la dejaría en paz. Necesitaba
dormir. Era lo único que deseaba en ese momento: dormir.
Alargó todo lo que fue capaz la entrada en el cuarto. Se quedó dormida
en el sofá y enseguida pudo notar la presencia; al abrir los ojos lo encontró
arrodillado a su lado, mirándola desde muy cerca.
-Métete en la cama, te dejaré dormir. Ya
hablaremos cuando estés más descansada.
Se levantó y avanzó por el pasillo arrastrando
los pies. Se dejó caer sobre la cama y cayó presa del sueño.
Había dormido algo mejor, aunque las
pesadillas habían sido recurrentes y de vez en cuando le hacían despertar. Pero
al menos pudo descansar varias horas.
Noche tras noche fue recuperando la
normalidad. Eso sí, él siempre seguía ahí. Aumentó de peso y las ojeras fueron
desapareciendo; ya era capaz de mirarse al espejo. El buen aspecto que el
reflejo enseñaba hizo que todo empeorara.
-Necesito hablar contigo.
-Estoy cansada, déjame dormir, por favor.
-Llevas varias noches durmiendo, sin cruzar
palabra conmigo. Soy tu marido. No entiendo por qué no quieres ayudarme.
-No sé cómo puedo ayudarte. Lo siento. Lo
mejor sería que te marcharas, ya no formas parte del mundo de los vivos.
-Lo haría si pudiese, pero algo me tiene aquí
atrapado. Agradezco poder estar a tu lado. Pero, ¿de qué sirve si tú me rehúyes?
Pensé que estabas tan agotada que necesitabas descansar, y que cuando te
repusieses querrías hablar conmigo. ¿Qué es lo que te lleva a rechazarme de
esta manera?
-¡Estás muerto! Estoy hablando con un muerto.
¿No lo entiendes?
-¿Acaso crees que para mí no es extraño? Soy yo
el que está aquí sin saber qué ha sucedido. Al menos podías contarme qué es lo
que me pasó.
-¡Vete! Quiero descansar, quiero descansar. Solo
eso: descansar.
-Está bien, pero por favor, entiende mi
situación y habla conmigo mañana. Sé qué es duro, pero a lo mejor si recuerdo
lo que pasó pueda ir a donde sea que me corresponde. ¿Me ayudarás?
-No tengo ganas de hablar de eso.
-¡Pero qué narices te pasa! Soy yo. ¿Cómo es
posible que no quieras ayudarme? Puedo percibir el miedo que te causo, lo que
ya es bastante duro, pero encima te niegas a ayudarme. ¡Dime! ¿Qué es lo que te
he hecho yo?
Mantuvo silencio y esperó a que dejase de hablar,
a que dejase de preguntar; ella solo quería descansar. Se abrazó a la almohada
y cerró los ojos. Imaginó que estaba en la orilla de una playa, tumbada sobre
la arena y el sonido del mar la relajaba. La respiración se fue haciendo más
lenta, hasta que se quedó dormida.
Despertó con el sonido del despertador. Había
conseguido dormir de un tirón. Cuando llegó al baño vio cómo en el espejo se
reflejaba la figura del fantasma. Un reguero de sangre salía de su cabeza y
recorría su cara.
-Cariño, ¿qué me ha pasado?
Asustada y sin responder se vistió y salió
corriendo de la casa. Al llegar al trabajo apenas podía respirar. Los
compañeros se asustaron y se fueron acercando hasta ella para ver qué le
sucedía, pero solo distinguía miradas acusatorias. Comenzó a hiperventilar y
más gente se acercó; se tiró al suelo tapándose la cabeza.
-¡Sí, fui yo! ¡Yo lo maté! ¡Yo lo maté!
Tremendo giro al final. Enhorabuena por cómo llegas hasta él.
ResponderEliminarVaya el fina, el karma es muy malo! Felicidades!!! Guapa
ResponderEliminarComo siempre genial, amiga. Enhorabuena ����
ResponderEliminarEstá muy bien, me ha gustado. Felicidades
ResponderEliminarUfff vaya giro al final. Buen relato. Enhorabuena!!
ResponderEliminarEnhorabuena, Lety. Me ha gustado mucho. El final, me ha parecido sorprendente.
ResponderEliminarFelicidades.
ResponderEliminarMuchas gracias a todos. Me alegra que os haya gustado! :)
ResponderEliminarHola. Que me ha gustado el relato, sobre todo el final. Me encanta las historias de misterio. Has sabido crear tensión. Felicidades. Besos.
ResponderEliminarMuchas gracias, Isabel!!!
EliminarMuy bien, Lety. Qué tensión!
ResponderEliminarGracias, Laura :)
EliminarMuy bien creada la tensión. Felicidades
ResponderEliminarGracias!!!!
EliminarMantienes la tensión , hasta el final ..
ResponderEliminarLa conciencia es algo que te atrapa y no te deja descansar jamás ..
Buen texto .
Saludos.