martes, 13 de diciembre de 2016

"La mujer del traje de cuero" Sandra Estévez

         
La mujer del traje de cuero dejó la bolsa en la estación. Todavía no era hora punta por lo que la afluencia era mínima; apenas había media docena de personas, la mayoría jubilados, sentadas en unos bancos de madera pegados a la pared del edificio. La mañana era fría, nostálgica, desapacible. El otoño empezaba a hacerse notar con la caída de hojas, y ese viento que azota una dulce tristeza en el corazón.

            La bolsa era de color negro, algo más grande que un maletín de oficina, y con dos asas. La chica no aparentaba más de veinte años. El traje que llevaba, muy ceñido a su figura, mostraba la excesiva delgadez de las piernas. No había que fijarse mucho para darse cuenta que no era de su talla. El largo del pantalón le quedaba corto, y lo mismo ocurría con las mangas de la parte de arriba. Además de que, en determinadas zonas, estaba demasiado rozado por el uso. Era un traje de segunda mano.

            La joven, antes de abandonar la bolsa, se había mostrado nerviosa, deambulando de un lado para el otro, como buscando algo que no lograba localizar. También caminaba con la cabeza gacha. Su rostro estaba triste, desencajado. Las escleróticas de los ojos lucían enrojecidas, fruto de haber estado llorando o soportando algún tipo de tensión. El pelo lo llevaba tapado con un gorro de lana de color crema.

            Antes de irse, observó aquel lugar por última vez. Eran las siete y media de la mañana, había poca luz y un olor a freno hidráulico, y también a falta de limpieza. Había elegido esa estación, y ese momento en concreto, porque sabía que, a esas horas, pasaría desapercibida por completo; además de que era un apeadero con poca afluencia de gente.

            Con mucho pesar y un gran dolor en el corazón, dejó con cuidado la bolsa al lado de un banco que estaba vacío, y se alejó lo más rápido que pudo, sin mirar atrás, sin decir ni una sola palabra. No había tiempo para arrepentimientos, dudas, ni siquiera prejuicios. Esa, era la única solución a su problema. Cerró la puerta que daba al exterior y soltó aire de sus pulmones, agarrando con fuerza el estómago. ¿Cuándo había sido la última vez que había comido? Ni lo recordaba. Afuera, el viento era todavía peor. Calaba en sus huesos haciéndola estremecer.

            Sobre las ocho, comenzó a llegar gente que acudía a la estación para tomar un tren que los llevara a su trabajo. Varias personas observaron la bolsa pero no hicieron caso. Cada uno, móvil en mano, iba a lo suyo. A los ocho y media, varios estudiantes universitarios esperaban cerca del andén. Charlaban anímicamente sobre los exámenes que estaban por venir, al mismo tiempo que se mofaban de varios de los profesores. Era lo típico: si un profesor te suspende, te caerá mal el resto del curso y te burlarás de él hasta la saciedad. Eso le ocurría tanto a alumnos de primaria como secundaria o universitarios. 

            Una chica, de gafas, escuchó un sonido que le era familiar. Giró la cabeza para ver de dónde procedía. A primera vista no vio nada. A su lado solo estaban tres chicos y una amiga, todos compañeros de la facultad.

-Debo estar soñando –dijo en voz baja.

            Se llevó las manos a las sienes. Estaba agobiada de tanto estudiar, cuidar a sus dos hermanos mellizos y descansar pocas horas. Ansiaba que llegase la Navidad para dormir unas cuantas horas más. Por esa época, su madre pasaba más tiempo en casa y podía cuidar de los críos.

            A los pocos segundos volvió a repetirse el ruido, con tan buena suerte que los demás también lo oyeron. Parecía el maullar de un gato o…

-¿Lo habéis oído? ¿De dónde sale ese sonido? –comentó, levantándose del banco para echar un nuevo vistazo a la estación.

            Varios de los compañeros se acercaron a las vías por si algún minino se había caído y estaba en peligro. Ni rastro de ningún animal. Aun así, la chica no estaba convencida. Tenía ese sonido grabado en la cabeza.

-Mirad. Allí hay una bolsa negra. La he estado observando desde que llegamos y está abandonada. Seguramente se le ha olvidado a alguien ­–anunció la otra chica.

-¡A ver si va a ser una bomba! –comentó el simpático del grupo.

-No digas tonterías. ¿Y si el sonido procede de ahí?

-Comprobémoslo y así salimos de dudas.

            Los cinco jóvenes se acercaron al banco contiguo. La bolsa era grande, parecida a la maleta que llevaba Mary Poppins, en esa película musical tan famosa de Walt Disney y que todos habían visto de pequeños.

-El ruido procede de aquí, chicos –manifestó uno de ellos.

            Los demás le animaron a abrirla pero se acobardó. Lo mismo le ocurrió a los otros.

-Lo haré yo, nenazas –declaró la de las gafas.

            Con sumo cuidado, tomó la cremallera de la bolsa con dos de sus dedos y tiró de ella. Lo primero que observó fue papel de periódico. Los demás se acercaron para ver mejor el contenido del interior.

-¿No hay más que eso? –El joven tenía la frente fruncida y los miraba con cara de incredulidad.

            Justo en ese instante, otra vez el sonido; esa vez mucho más débil. La chica soltó las manos de la bolsa como si le hubiese pasado corriente.

-Llamemos a la policía –propuso la otra jovencita–. Ahí dentro hay algo y yo no quiero verme implicada en historias raras.

            Los demás estuvieron de acuerdo. Llamaron a la comisaría y una pareja de agentes se presentó en la estación a los diez minutos. Ellos los pusieron en antecedentes. Los policías pidieron a todos que se alejasen unos metros de allí para poder examinar el contenido de la misteriosa bolsa. No sabían qué se encontrarían en su interior.

            Con guantes de látex, retiraron las primeras páginas hasta que, por fin, descubrieron el secreto de la bolsa negra. Hablaron entre ellos en voz baja para después, uno de los agentes, coger el móvil y hacer una llamada. A los pocos minutos se presentó una ambulancia. Un médico y una enfermera corrían hacia el interior de la estación. Los chicos, al ver tal escena, se miraron entre ellos. ¿Cuál era el contenido de la maleta para acudir una pareja de técnicos de urgencias médicas?

            Mientras los paramédicos sacaban sus herramientas de trabajo, los agentes se acercaron para hablar con el grupo de jóvenes.

-¿Sabéis quién ha dejado esa bolsa ahí?

            Todos respondieron no, de manera unánime.

-Agente, ¿qué hay dentro de la bolsa? –quiso saber la joven de las gafas azuladas.

-Un niño. Una criatura de pocas horas –respondió el más joven.

-¡¿Qué?! –gritaron todos.

-Un bebé recién nacido –repitió–. ¿Seguro que no tenéis conocimiento de nada?

            El grupo de estudiantes, todavía conmocionados, insistieron en decir que no.

-¿Qué va a pasar ahora con esa criatura? –interrogó la otra chica, todavía con lágrimas en los ojos.

-En primer lugar será trasladada al hospital más cercano, y se abrirá una investigación para localizar a la madre. Ella tendrá que pagar por dejar tirada a su hija en la calle.

-Por lo que comenta, se trata de una niña –dictó el joven más corpulento.

-Efectivamente. Ahora debéis darme vuestros números de teléfono por si necesitamos contactar con vosotros. No os preocupéis, solo es para cubrir el expediente; al fin y al cabo, habéis sido vosotros los que disteis el aviso.

            Los cinco cantaron los números sin poner impedimento y el agente les dijo que ya se podían.

-Estaba segura de que era el llanto de un bebé –argumentó la joven de las gafas ya dentro del tren.

-¡Venga, no seas fantasma! –debatió un compañero.

-Os lo juro que sí. Me había parecido escuchar el llanto de mis hermanos. Lo tengo tan metido en la cabeza que era imposible equivocarme. Solo espero que esté sano y sobreviva al día de hoy.

-Sí, menuda manera de celebrar el nacimiento. ¿Quién será esa madre sin escrúpulos? –sentía muchísima pena por el bebé y demasiada rabia hacia la persona que lo había abandonado.

-Para matarla a palos –dijo otro con rabia.

-Bueno, a lo mejor se lo arrancaron de las manos –medió el más bajo, intentando quitar hierro al asunto.

-Espabila un poco. ¡Ves demasiadas películas!

            Ese mañana, fueron el centro de atención en la universidad. Todos querían saber qué había sucedido en la estación, cómo era la niña, cómo la habían encontrado. Por la tarde, se acercaron a comisaría para saber si había noticias. Los agentes le dijeron que estaban tras una pista y que dos compañeros revisaban, en aquel mismo instante, las cintas de grabación de la estación, deseando poder localizar a la persona que había dejado la bolsa abandonada. Después se acercaron hasta el hospital. Uno de los policías con los que habían hablado por la mañana, llamó al sanatorio informando de que los dejaran entrar, dado que la cría estaba bajo vigilancia por si a la madre o cualquier familiar se le ocurría aparecer por allí y reclamar el bebé o, incluso, llevárselo sin permiso. Al llegar, se dirigieron a una sala de visitas que, previamente, le había indicado una enfermera, para esperar. No sabían el porqué, pero los cinco estaban nerviosos. Se quitaron las chaquetas, pues en aquella sala hacía demasiado calor, y se acomodaron en unos asientos de plástico duro de color amarillo. Aquella situación era rara, muy rara para el quinteto.

-Hola, chicos. Aquí os traigo a la pequeña –dijo la enfermera con el bebé en brazos–. Según me han comentado, habéis sido vosotros los que la habéis encontrado.

            Los cinco estaban sin palabras pero muy emocionados.

-¡Mirad qué linda es! –comentó, nuevamente.

            Se acercaron a la mujer para corroborar lo que acababa de decir.

-Es preciosa –consiguió hablar una de ellas.

-Por supuesto que sí. Además, goza de buena salud y tiene unos pulmones que no veáis –explicó la enfermera–. ¿Queréis cogerla?

            Los cinco se miraron entre sí y sonrieron. Primero la tomó Eva, la chica de las gafas. Tenía mucha experiencia con niños, y no le costó nada adaptarla a sus brazos. Después, pasó al regazo de la otra chica y así hasta el último joven del grupo. La enfermera les comentó que ya había una familia del pueblo, que se había ofrecido para acogerla temporalmente en su casa.

            Media hora más tarde, abandonaban el hospital. Estaban muy contentos de verla bien. Ahora, solo faltaba que la policía localizase a la mujer que la había parido y abandonado.

            Dos días después, apareció en la prensa una noticia que conmocionó al barrio. La joven que había abandonado el bebé, era nativa de allí. Tenía veintiún años y había ocultado el embarazo a su familia. Al parecer era toxicómana, y había renunciado a ser la mamá de ella, por miedo a no poder cuidarla y darle todo lo que cualquier bebé necesita. Una historia triste, y que podría haber acabado de una manera muy trágica, salvo por la actuación de ese grupo de estudiantes que, a diferencia de otros viajeros, prestaron atención y se preocuparon por averiguar de dónde procedían aquellos quejidos.  

9 comentarios:

  1. Gracias por publicar mi relato libre. Es un poco triste pero lamentablemente es algo que ha sucedido. Besos

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    1. Gracias a ti por escribirlo. Es triste pero me gustó mucho. Un beso

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  2. Buenísimo, mi gran amiga. Gracias por tan buen relato, y por compartirlo con nosotros. Felicidades🙌🙌😘

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  3. Muy bonito, Sandra. Nos intrigas desde el primer párrafo. Un beso.

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  4. Un relato real, cuántas veces lo hemos escuchado por la tele. El profe debe estar contento que no fueron relatos como temía. Felicidades 🎈 Sandra

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