lunes, 21 de agosto de 2017

Relatos de verano: La historia de Ian (Pedro)





Un joven llamado Ian, salió en busca de aquella hierba que ponía fin a la enfermedad a la que se enfrentaba su amada.

Ian era un hombre bueno. Sus conocidos sabían de su buen corazón. Su amor, en todos los ámbitos, era indudable. Sin embargo, aquello lo hacía parecer torpe e inocente en muchas ocasiones, por lo que había personas que lo consideraban estúpido. Esto nunca importó a Ian, que se mostraba siempre paciente y respetuoso con todos, aunque no fuera recíproco.

Ian sabía que aquel viaje era muy peligroso. Tuvo que dirigirse muy al norte, alejarse a muchos kilómetros de la aldea en la que vivía, en busca de un bosque maldito. Nadie se atrevía ni siquiera a mencionar la existencia de aquel bosque. Muchas leyendas se habían forjado en base a ese horrible lugar, la mayoría hablan de extraños espíritus y entes que arrastran hasta lo más oscuro y hondo del bosque, y allí los intrusos se acaban convirtiendo en uno de ellos. Otras historias relatan crónicas de gente que consiguió volver, pero que había perdido el juicio, por lo que las cosas que contaban aquellos locos, no dejaban de ser patrañas.

Fuera como fuere, Ian conocía los riesgos, pero lo conseguiría. Hacía décadas que nadie se había aventurado en el bosque. Sólo se sabía de memoria algunas de esas leyendas completamente inconclusas.

Cuando vio por fin la entrada del bosque, tras meses y meses de viaje, Ian tragó saliva y, por primera vez, se sintió completamente solo y desamparado. Se podía distinguir la oscuridad que emanaba de ese sitio, por lo que las dudas asaltaron a su mente. Recordó por qué estaba allí y se adentró con paso ligero, como si de repente, tuviera una prisa criminal.

La vegetación era muy espesa, casi tanto como la oscuridad, pero Ian no se paró en ningún momento. Anduvo lo que parecieron horas hasta que consiguió distinguir a una persona. Un adorable anciano permanecía sentado en un claro luminoso del bosque.

―Hola, Ian.

Ian se asustó un poco por la familiaridad de aquel venerable hombre. Seguro que él sabía dónde encontrar la hierba curativa.

―¿Quién eres? ¿Sabes cómo encontrar la hierba curativa? –Ian intentó hablar decidido, aunque le temblaba la voz.

―Hijo, tus intenciones son buenas, lo puedo sentir. Pero mi consejo es que vuelvas por donde has venido.

―No puedo hacer eso, mi amada necesita curarse lo antes posible. Habíamos prometido casarnos. ―Ian aguantó una lágrima.

―La hierba no solucionará tus problemas. Lo repetiré una vez más: vuelve a casa. Rehaz tu vida.

―¡No puedo hacer eso! Haría cualquier cosa por ella.

―Pues sigue caminando. Tu objetivo está más cerca de lo que crees.

Ian siguió por el sendero que señalaba el hombre. Le sabía mal ignorar de aquella forma al anciano, pero no podía seguir aquel consejo. Continuaría hasta llegar al final.

Ya había perdido la noción del tiempo, y estaba tan perdido que no sabría cómo salir de allí. Pero Ian no se rindió. Caminó lo que parecieron días hasta que se volvió a encontrar con el mismo anciano. Esta vez parecía que el anciano desprendía luz propia.

―Te aconsejé que te marcharas. Ahora es demasiado tarde… ―La figura del anciano se esfumó por completo.

Tras desaparecer el anciano, cayó del cielo una estatua de piedra gigante. Por lo que pudo apreciar Ian, la estatua tenía la misma cara que el anciano, sólo que con armadura, casco y espada. Ian no dejaba de mirar hacia arriba. Estaba asustado de verdad. Pero se asustó aún más cuando la estatua se empezó a mover y a hablar con una voz atronadora.

―Yo soy el Tiempo. Dices que buscas esas hierbas para curar a tu amada, pero en el fondo también me buscabas a mí –dijo la estatua.

―¿A ti? ¿Por qué? Ni siquiera pensaba que te cruzarías en mi camino.

―Porque quieres respuestas. Eres una persona ingenua, Ian. Tu amada te ha estado engañando todo este tiempo.

―No sabes lo que dices…

Ian había oído historias sobre un oráculo que habitaba en el bosque. Es por eso por lo que muchas personas hacían ese viaje tan peligroso, para buscar respuestas. Además, el oráculo era el causante de la locura de muchos viajeros, según las leyendas.

A Ian le temblaba aún más que antes la voz, y ahora también las piernas. No quería creer las palabras que salían del Tiempo.

―Conozco tu futuro, Ian. Y ha cambiado desde que decidiste seguir el camino al interior del bosque.

»Sí, ella te ama, pero una vez curada no será capaz de negarse a las exigencias de su padre de casarse con el príncipe del castillo. Además, eso supondrá que ella y su familia tengan una vida cómoda, por lo que la idea no le será tan desagradable como piensas.

»Dime, Ian, ¿serás tan bueno y paciente, entonces? ¿Podrás aguantar la soledad, y que te dejen tirado como si no fueras nada? Porque eso es lo que eres para ellos. No dudarán un segundo en sacarte de su vida.

Ian apretó los puños. Nunca había sentido tanta rabia en su vida. Se sintió diferente, no podía controlar sus impulsos. El Tiempo había ganado. Se echó de rodillas y puso las manos en el suelo.

―¡Mientes! ¡Tienes que estar mintiendo!

―¿En serio lo crees? Déjalo, Ian, ya no hay nada que hacer. La hierba curativa está debajo de mis pies. Cógela y parte libre, pero ya sabes a lo que atenerte.

―¿No hay otra opción? ―preguntó Ian, desesperado

―¡Claro que la hay! Puedes marcharte sin coger la hierba, y decirle a tu amada que hiciste lo imposible, pero que no la encontraste. Ella morirá amándote, y tú vivirás con la duda de si yo te mentí y con el arrepentimiento de saber que podías haberla salvado y no lo hiciste. La culpa es algo que te mata en vida, ¿sabes?

»Pero ambos sabemos que eres demasiado buena persona para dejarlo pasar.

Ian nunca se había sentido tan frustrado. Pero sus opciones eran pocas. Quería creer que el Tiempo le mentía para ponerlo a prueba. Poco a poco se fue convenciendo de que su amada nunca sería capaz de hacer algo así, que su amor era verdadero y se lo había demostrado en múltiples ocasiones. No podía simplemente dejarla morir.

―Tienes que ver la parte buena, Ian. Cuando te veas solo aprenderás a dejar de ser ese hombre inocente que siempre has sido. La rabia se apoderará de ti y nadie te volverá a humillar.

―¿Y eso es bueno? No quiero dejar de ser yo. Quiero seguir siendo bueno y tierno con quienes me quieren.

―No podrás evitarlo. Una pizca de odio te consumirá y no podrás controlar ni tu propia ira. Nadie volverá a quererte de nuevo, porque habrás cambiado tanto… Y te tendrás que marchar. La gente pensará que te has vuelto loco como en las historias.

Ian se tapó los oídos. No quería seguir escuchando nada más. Corrió a recoger las hierbas y se marchó medio corriendo. El gigante de piedra se esfumó, se hizo polvo de piedra mientras Ian corría y corría.

Las lágrimas se le saltaban. Las palabras del Tiempo no paraban de resonar en su cabeza. Mentía. Estaba claro que mentía. Ella no era como había dicho el Tiempo.

Sin darse cuenta, ya había salido del bosque. Se sentó un momento para relajarse. Nunca había necesitado serenarse tanto como en aquel momento, así que respiró suavemente hasta que se hubo tranquilizado por completo. Después, emprendió el viaje de vuelta.



Ian le dio la medicina a su amada, y todo fue mejor que nunca. Sin embargo, ella pospuso lo que pudo la boda que habían prometido antes de la enfermedad. Ian fue paciente y bueno con ella y decidió esperar. Pero el motivo por el que se retrasaba la boda, era porque el Tiempo acertó en todo. Ian fue abandonado por su amada, y ella se casó con el príncipe, y se fue a vivir con él al castillo.

Ian quedó desolado. A pesar de que el Tiempo se lo advirtió y en el fondo sabía que iba a ocurrir, quiso con todas sus fuerzas negarlo y pensar que todo iría bien. Pero no fue así.

El carácter de Ian empeoró. De repente, empezó a tener ataques de ansiedad que desembocaron en brotes de rabia que no pudo controlar. Ya nadie se acercaba a él porque si lo contrariaban, él se ponía a la ofensiva y las consecuencias apuntaban a que Ian se volvería a pelear.

Todo el mundo se acabó alejando de él. Se quedó completamente solo. Y se marchó, porque no soportaba aquel tipo de soledad.

No sabía dónde ir, así que decidió volver al bosque. Esta vez buscaría a aquel gigante de piedra. Si era tan poderoso, tal vez tendría el poder de cambiar las cosas.

–No puedo evitar recordar los momentos en los que fui feliz con ella. Le salvé la vida, hice y haría cualquier cosa por ella, pero ella prefirió alejarse de mí. Sigo sin entenderlo. No puedo dejar de vivir en el pasado. –le explicó Ian al Tiempo.

–Ian, sabía que volverías. Una vez te dije que te fueras. Hoy te digo: Quédate. Seguirás sintiendo soledad, pero aprenderás a aceptarla y a convivir con ella. De este modo, conseguirás superar tus problemas de ira y autocontrol. La ansiedad no volverá a ser parte de ti.

―¿Volveré a ser como antes? ―quiso saber Ian

―¿Como antes? ¡Por supuesto que no! Ni tú mismo quieres ser como antes. Serás más fuerte. Te lo prometo.

7 comentarios:

  1. Otra fábula con contenido, con enseñanza, con vida detrás.Un esquema clásico con factura fresca. Enhorabuena.

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    1. Muchas gracias! No es fácil incluir estas enseñanzas, así que gracias por valorarlo. Con muchas ganas de empezar el taller!

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  2. Me ha gustado mucho, Pedro. Todos tenemos esa parte inocente que en un momento dado nos hace sentir bobos. Gracias por compartirlo.

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    1. Gracias a ti por el comentario. Esa inocencia no es mala porque es nuestra esencia. Y, en mi opinión, no es algo que se deba perder a la ligera.

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  3. Me ha gustado, sobre todo, la moraleja. Muy bien, Pedro!

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    1. Es lo que más me gusta: escribir relatos con moraleja, así que confío en que te haya gustado. Muchas gracias por leerme!

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  4. Muchas gracias, Pedro. Me has devuelto la sensación de los cuentos de antaño, que siempre encierran entre sus letras una enseñanza. Felicidades!!

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