sábado, 5 de agosto de 2017

Relatos de verano: "¿Qué fue de Caperucita y el lobo?" (Carmen)



Su vida había cambiado desde que siendo niña sufriera el ataque de un lobo en casa de su abuelita. No conseguía recordar nada acerca del infortunado suceso, solo el ansía indescriptible que por matar había nacido en su corazón. Dejó aquellos parajes de la infancia y se educó para dar muerte a toda clase de fieras y seres mágicos, o no, que pusieran en peligro la vida de las personas. Ese cometido fue el que la llevó a aquellas lejanas tierras de Sinfín, en las que el rumor insistente de que un gran lobo blanco diezmaba la población, se extendía con rapidez a todos los puntos conocidos de la región.
Desde lo alto, en su caballo negro, observaba el bosque que la esperaba; envuelta en su gran capa roja, cubierto con su capucha el pálido y aún inocente rostro, su cerebro trazaba el plan para dar caza al temible cánido que asolaba la zona. Su oponente la observaba también, el bello pelo blanco resplandeciente entre las hojas secas, amarillas y ocres, con que el Otoño pintaba el entorno del bosque en aquella época del año. Sus ojos verdes la reconocieron al instante a pesar de que sus sonrosadas mejillas habían sido sustituidas por una mortal palidez, y en su mirada ya no había paz, ni alegría, era una mirada fiera, en lucha contra sí misma y el mundo que la rodeaba. Sola sobre la colina, en aquel corcel negro, con su gran capa encarnada ondeando al viento estaba impresionante, llegaban a sus finos y experimentados oídos de rastreador los ecos de muerte que traía consigo. Aquella hermosa niña de la que un día se prendó se había transformado en un arma mortífera y letal; en un instante supo que su hora había llegado, y que sin duda abandonaría la vida a manos de aquella extraordinaria criatura a la que ahora se enfrentaba.
La luna llena presidía e iluminaba el reto personal que allí se convocaba. Un largo, intenso y triste aullido surcó la inmensidad de la noche y quebró el corazón de la bestia que había recorrido tantos caminos buscándola. Iba al encuentro de su destino. Ella supo que él la esperaba, que aquella era su noche, y aquel era su lobo.
El silencio denso y candente se hizo entre los dos y cubrió la distancia que los separaba. Se avistaron en la lejanía. Él corrió hacia ella. Ella galopaba hacia él. El tiempo se detuvo a cada paso, a cada golpe de casco. Los árboles, mudos testigos de aquel fantástico encuentro, se apartaban otorgando terreno a su carrera hasta que en el centro del bosque se encontraron. Ella abandonó su montura y quedó de pie frente a él. Levantó los brazos, recortada en su inmensa capa roja, y la sintió imponente, con aquella mirada fría e impasible que el dolor había tatuado en sus ojos. La magia fluía por sus venas y le iba a arrebatar su sangre vital. Se lanzó sin más hacia ella, atraído por su espléndida belleza, aturdido por aquel poder que de ella emanaba. Al contacto con ella, sus garras sobre su piel de piedra, sus dientes sobre su delicado cuello de pedernal, percibió como su gran capa roja se cerraba sobre él y le ahogaba, le quemaba los pulmones y le arrebataba la vida… Alcanzó a clavar en su enemigo un último y desesperado pensamiento: “Yo te amaba”.

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