jueves, 23 de noviembre de 2017

Mini relatos honoríficos 8: (Cincuenta sombras en el chat/ Yolanda Martínez)



Hoy no (ya podéis estar tranquilos). No conozco en persona a la invitada de esta semana. En persona, porque en verdad, sí nos conocemos, aunque sea a través de una pantalla. Fue alumna mía del Cbertaller; si no recuerdo mal, del segundo año. Y lo mejor de todo: ¡Volverá a serlo para el año que viene! En apenas dos meses la volveré a tener en las clases de los lunes, y tener otra chica más en clase me llena de orgullo y… Jo, ¿lo podré decir algún día?

            Se llama Yolanda Martínez. Solo me dio tiempo a corregir dos de sus relatos porque después se fue L ; pero fue de las primeras en presentarme la tarea como Dios manda: sin faltas, todo bien centrado, con la raya larga perfectamente colocada… Un chollo. Y se me fue, ¿veis? No puede ser. ¡¡Pero vuelve a ser mía en el mercado de invierno!!

            El relato de hoy ya lo leí en su día, pero lo he querido releer una vez más. Trata sobre los chats, y lo que podemos encontrar en ellos. Muy real y muy bien escrito.

            Como sé que el relato os gustará mucho, estad atentos a lo que vaya subiendo de Yolanda, que será muy pronto.

            ¡Hasta la semana que viene! (Nos espera el terror)



Cincuenta sombras en el chat

 

Por Yolanda Martínez Brunés

 

 

 

Había oído muchas veces que el amor es doloroso, pero no supe cuánto hasta que Fran me dejó. Aunque lo que más me duele es su traición. ¿Por qué no me dijo que prefería a Ana antes que dejarme en ridículo delante de nuestros amigos?

Llevo días observando el mundo a través de la ventana de mi habitación. La lluvia salpica los cristales con fuerza, como un reflejo de las lágrimas que derramé. No voy a volver con mi grupo de amistades, lo he decidido: prefiero la soledad a tener que soportar la falsedad de sus sonrisas, el fingimiento de sus comentarios. Pero mi corazón dolido no está del todo de acuerdo. Me asusta no tener a nadie cerca.

Una luz titila en una de las habitaciones del edificio de enfrente. Nos separa un campo de fútbol, pero eso no me impide ver una silueta moverse detrás de la cortina. Va de un lado a otro cada noche; a veces incluso veo cómo alza los brazos. De alguna manera me transmite su impotencia, pero no sé por qué, ni siquiera sé quién es.

Vuelvo frente al ordenador. Durante días he tratado de enfocar mi vida hacia otras experiencias, y esta es la primera vez que voy a entrar en un chat. Introduzco mi nombre en la casilla correspondiente y entro en la página. Miró los nicks de las personas que están conectadas e intento decidirme por alguien:

 

Atractivo-dulce-especial

Casado-x-pocotiempo

Marnie-ladrona

Bello-salido

Drácula-comecuellos

Archi-BDSM

 

Me cubro los ojos y sacudo la cabeza. Si en el chat de amistades ya me encuentro con esto, no quiero ni imaginar cómo será en el apartado de citas.

—Esto es una estupidez.

Estoy a punto de cerrar la tapa del portátil cuando recibo un mensaje:

 

León:

Hola. Eres nueva, ¿verdad?

 

Frunzo el ceño. No voy a contestar.

 

León:

Me gusta ver llover. Dicen que Dios está en la lluvia.

 

«¿Quién es este idiota?»

Ni corta ni perezosa pongo los dedos sobre el teclado.

 

 

Erika:

¿Es así como ligas con las tías?

León:

No. Este chat es para hacer amigos, por si no te has dado cuenta.

 

Erika:

Sí, me he dado cuenta, Shakespeare.

 

Le digo devolviéndole el sarcasmo.

 

León:

Disculpa, no pretendía ofenderte. No entro en este chat para ligar con nadie, y aunque hay mucho capullo suelto, solo pretendía mantener una conversación civilizada. Perdona por haberte molestado.

 

Sus palabras me impactan. Me siento fatal por ser tan borde, pero León se desconecta antes de que pueda responder.

Cierro el ordenador y me voy a la cama. Doy varias vueltas, intentando buscar una postura cómoda, pero las palabras de aquel desconocido no se desvanecen de mis pensamientos.

A regañadientes, me conecto de nuevo al chat. Busco a León, pero no aparece. Aun así, decido dejarle un mensaje:

 

Erika:

Perdona por ser tan grosera, ya no sé en quién puedo confiar, y no estoy habituada a conocer gente por este medio. A mí también me gusta la lluvia, sobre todo cuando estoy en casa, al lado de la ventana, sujetando un buen libro en una mano y una taza de chocolate caliente en la otra. Es uno de mis momentos favoritos. Aunque ahora me ponga triste solo con ver caer cada gota.

 

León:

Ya tenemos algo en común.

 

Una sonrisa se expande por mi rostro al ver su respuesta.

 

Erika:

¿Te llamas León? ¿O es un seudónimo?

 

León:

Me llamo así. Es un nombre poco habitual, lo sé, pero mi madre siempre fue distinta del resto. Y tú, ¿te llamas Erika?

 

Erika:

Sí.

 

 

León:

Es muy bonito.

 

Sonrío.

 

Erika:

Gracias. Tu nombre también es bonito.

 

Nos pasamos horas y horas conversando. León consigue arrancarme más de una sonrisa cuando me habla de sus torpezas, pero lo que más me intriga es que parece ver a través de mí. Me desconcierta la manera que tiene de adivinar mi sufrimiento solo con leer fragmentos de mis palabras. Fran nunca había conseguido entender mis sentimientos más profundos, mi amor por la vida, por las personas que me rodean y mi necesidad de ayudar a los demás. León, en cambio, opina igual que yo, aunque a veces percibo la tristeza en sus comentarios.

Pasan los meses y nuestras palabras se entrelazan en el chat como una enredadera que crece fuerte, inalterable. Ahora sé que su vida no ha sido fácil, que perdió a su madre en un accidente de coche y que él no ha podido superar su pérdida, aunque intuyo que hay algo que no me cuenta; y eso me intriga.

Llega la primavera sin que apenas me dé cuenta. Pero lo que más nerviosa me pone es que al final ha llegado el día en que conoceré a León. Se lo propuse la otra noche, pero jamás esperé que aceptara. Me tiemblan las manos mientras me abrocho los botones de la camisa. Suelto un suspiro y bajo hasta el portal. Desde allí puedo distinguir la habitación donde León se conecta al chat todas las noches para hablar conmigo. Nunca pensé que estuviéramos tan cerca, ni que fuera él la sombra que veía pasear detrás de la cortina, el chico que me transmitía esa impotencia.

Me apresuro a andar hacia la cafetería que queda cerca del campo de fútbol que separa nuestros edificios. El ocaso se refleja en los cristales de un hotel, en la otra esquina, como un hermoso decorado de realidad y ficción.

Aflojo mi caminar una vez estoy cerca de la entrada. El olor a café y a pastas recién horneadas invade mis sentidos, pero no me distraen lo suficiente como para perder los nervios que se aferran a mi estómago. Agarro la maneta de la puerta y tiro hacia atrás. Hay bastante gente, pero solo busco a una persona con una camisa negra. Localizo a un chico rubio de espaldas a mí. Viste como León me ha dicho que iría. Doy un paso hacia adelante y descubro que está sentado sobre una silla de ruedas. Mi corazón da un vuelco y la tristeza me invade el alma. Él se vuelve hacia mí, como si hubiera intuido mi presencia, y en cuanto nuestras miradas se cruzan me abandonan las ganas de huir.


11 comentarios:

  1. Es un tema muy actual y debatido. Al principio, la historia me ha intrigado y al final me ha conmovido. Enhorabuena, Yolanda. Estaré encantada de conocerte y compartir las clases del taller literario.

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  2. Hola Merche. Muchas gracias por tus palabras. Estoy deseando empezar el curso 😄

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  3. Suave, insinuante, tentador y, al final, descarado, retador. Muy bien llevado y, aunque acorde con el epígrafe, demasiado "mini". Apetece que hubiese cabido más, que hubieses contado más. Gracias.

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    1. Gracias Héctor por tu comentario. Lo tendré presente para el próximo relato ��

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  4. Gran relato, Yolanda! Me ha gustado que fuera un tema actual

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  5. Un tema muy de nuestros días, muy bien tratado. Me ha gustado mucho

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