martes, 14 de noviembre de 2017

Un pellizco de magia (Carmen Estrada /Grupo B)



El envío no estaba a mi nombre, sino al de la antigua propietaria. Aún así, lo desenvolví inquieta y curiosa: una caja de madera con tapa corredera quedó al descubierto, parecía contener una botella de vino; lo que menos podía imaginar era encontrar una frasca vacía… ¡¿Con un mensaje?! ¡Oh, qué idea tan romántica! La destinataria ya no podía leerla, había fallecido, y yo recibí en herencia su pequeña casa en la playa. ¿Cuántos secretos guardabas, querida amiga?

Quité el corcho que tapaba la boca de la botella liberando el rollo de papel que, tan celosa, guardaba dentro. Lo desplegué y me dejé llevar por las palabras escritas en tinta negra:

“Supe que te había perdido el día que dejé de recibir tus poemas, aquellos que encerrabas en un frasco de cristal; y que cada viernes, dejabas envueltos en papel de estraza sobre el parabrisas de mi coche, al salir del trabajo, sobre las dos y cuarto. Todavía se olía tu perfume alrededor, seguramente estuvieras viéndome oculta desde algún lugar. Parecían pócimas, con su etiqueta: “Poema número 1”, hasta un total de ciento dos. Entonces no los leía, los guardaba ordenados en una caja de plástico en el trastero, sin darles mayor importancia; escribir era una de tus obsesiones. Podía haberme desecho de ellos pero algo dentro de mí no me dejó hacerlo.

Y un viernes, no hubo nada, y al siguiente tampoco, y empecé a añorar ese pellizco de magia que sin saberlo me regalabas. Tenía a alguien a mi lado cuando te fuiste sin dejar rastro. Lo sé, siempre había alguien por delante de ti, y otras además, sin embargo me perseguía el eco de tu risa, esa mirada tuya y tus caricias.

Solo entonces comprendí que eras tú la mujer que buscaba, la que siempre estaba para mí, a la que mantuve en la sombra, a la que torturaba con mi escasa presencia y mis retrasos. Con la que compartía intimidad y perversión. No se me ocurrió pensar que eso no estaba reñido con el día a día. Fue tan inesperada tu marcha. No podía creer que te hubieras ido. Cada viernes renacía en mí la esperanza de encontrar de nuevo una de aquellas botellas, que sabía rellenas de sentimientos.

Y un día me encontré solo. Siempre temí encontrarme solo, ¿lo recuerdas? Me asediaban tus razonamientos, siempre tan acertados y esa extraña filosofía de vida tan tuya, esa sensibilidad extrema que te hacía volar por encima de la realidad. -Tú eres mis pies en la tierra, -me decías. Y me di cuenta que mi soledad era más intensa sin ti. Mi casa, ésa que nunca te enseñé, a la que jamás te invité, y en la que, no obstante, hay objetos que te pertenecieron, me hablaba de ti. No sé cómo, un día decidiste tomar otro camino en el que yo no estaba, y ni siquiera me enteré. Tras ocho años juntos, haciendo realidad parte de mis sueños, te fuiste sin avisar. Ahora sé que yo no supe hacer realidad los tuyos, que te decepcioné, que te perdí irremediablemente.

Después de tanto tiempo, he abierto aquella caja. Saqué uno a uno los frascos y los coloqué en frente de mí. No hay muebles, no hay nada, no me queda nada, solo esos mensajes dentro de una botella y yo. Quité el corcho del primero y tu aroma cruzó el aire y me atrapó, como después, me atraparon tus palabras. Tu amor. Y me sentí idiota por haber dejado escapar esa brisa perfumada que hacía nuevos mis recuerdos, que llenaba las paredes deshabitadas de mi casa. Te busqué, encontré esta dirección y decidí escribirte, sé que tendrás tu vida, que esta vez soy yo el que me aferro a un imposible… Si no es tarde, quiero que sepas, que estoy aquí”.

Me quedé en silencio con el papel entre las manos, sosteniendo las lágrimas. Así que era verdad ese amor imposible del que hablabas, que te acompañaba allá donde ibas y que era el protagonista subyacente de todo lo que escribías y hacías; existía y ahora te buscaba. Demasiado tarde. Miré el remite: Juan Caballero Martín.

Fui al despacho y contemplé la librería que había dejado tal cual al instalarme allí, siempre me llamó la atención que por delante de los libros hubiese botellas rústicas, con un papel dentro; en la primera rezaba poema número 103, hasta un total de 154 y una más, en cuya cartela solo estaba escrito el número 155. Me gustaba mirar el efecto que la luz del sol arrancaba al cristal; para mí encerraban un enigma, un secreto sobre el que me agradaba fantasear, y que ahora se resolvía por sí solo. Se me ocurrió una idea. Regresé al salón y miré la dirección, estaba tan solo a unas tres horas de viaje. Debía entregar aquellos poemas a quien estaban dirigidos. Busqué unas cajas y con cuidado fui empaquetándolos. Los libros parecían desnudos, mostrando sus títulos de forma impúdica, sin nada ya que los desvirtuase.  Al día siguiente me pondría en camino.

Me levanté temprano, lo metí todo en el maletero y me puse en marcha. Ahora comprendía por qué mi amiga me había dejado la casa con todo lo que había dentro: ella sabía que yo acabaría cosas que quedaron pendientes, igual que esperaba que él la buscara.

Llegué a la zona residencial donde se ubicaba la casa que buscaba, estaba en una zona peatonal, con lo que solo transporté una de las cajas. Llamé y esperé unos cuantos minutos, casi cuando ya me iba, escuché una voz:

-Qué quiere, ¿la conozco?

-Vengo por estos frascos -y  mostré a la cámara el que contenía el poema 103.

De inmediato, escuché la puerta de entrada y, poco después, la que daba paso al recinto. Un hombre alto, moreno, bien parecido, me recibió amablemente, más pendiente de lo que traía que de mí misma. Me pasó a la cocina y me pidió que me sentara y le contara a qué se debía mi visita.

Dejé la caja sobre la mesa y le miré a los ojos, profundos, muy oscuros, casi tenebrosos; sus labios finos hablaban de una persona de carácter; me observaba fijamente, y con atención, a la espera de mis palabras.

-Usted ya sabe la razón de que esté aquí, o al menos, la intuye. Leí su mensaje y comprendí muchas cosas. Heredé la casa de Marie, con lo que había dentro; ella lo quiso así. Y sé que le gustaría que fuese usted el que tuviera estas botellas, es su destinatario. Lamento que ella no haya podido venir.

Por un momento, percibí en su mirada el eco de una tristeza infinita, que no le permitía abrir la boca; solo extendió sus manos hacia las mías, estrechándolas, en actitud de agradecimiento.

Fuimos al coche, a por el resto de las cajas, y cuando ya me despedía me pidió que me quedara un momento, que me sentara con él. Buscó entre las botellas la 155, la última, y me la entregó.

-Por favor, léalo para mí.

Me senté y, con una sonrisa, asentí. Saqué el papel y comencé a leer:

“Durante un año escribí estos poemas para ti; después de ello, decidí que pertenecías al pasado, y que mi vida debía continuar aunque tuvieras un sitio en mi corazón. Sé que volverás a buscarme, nuestra conexión va más allá de lo puramente físico. Es posible que sea demasiado tarde. No quisiste escucharme y, en silencio, labré un nuevo camino en el que hacer realidad mis ilusiones. Tu mirada no estaba puesta en el mismo horizonte que la mía.

Desde la muerte, desde el recuerdo, desde los sueños, te escribo y te espero porque sé de tu llegada.”

Nos quedamos callados, suspendidos en esa atmósfera que mi añorada amiga creaba con sus palabras.

-Tengo que irme. Si lo desea puede visitar mi casa, ya conoce la dirección. Muchas gracias por recibirme y encantada de conocerle.

-Gracias, joven. Iré. Me gustaría contemplar ese horizonte que jamás llegué a ver.

15 comentarios:

  1. ¡Guau! Lindo, muy lindo. Me ha encantado la atmósfera, el modo en que has mezclado sentidos y sentimientos. ¡Felicidades!

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    1. Muchas gracias, Héctor. Encantada de que te haya gustado!

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  2. Muy, muy, muy buen relato, compañera. Enhorabuena👏👏👏👏

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  3. Muy, muy, muy buen relato, compañera. Enhorabuena👏👏👏👏

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  4. Muy bonito, Carmen. Un relato triste pero romántico. Enhorabuena.

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  5. Precioso, Carmen! Me encantan los relatos románticos

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  6. Gran relato, Carmen. Bonito y con sentimiento. Enhorabuena!

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  7. Carmen triste, melancólico y bello. Felicidades.

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